domingo, 4 de mayo de 2008

Mística Ciudad de DIOS: parte 2



1 MÍSTICA CIUDAD DE DIOS: PARTE 2 CAPITULO 9 Prosigue lo restante de la explicación del capítulo 12 del Apocalipsis. 106. Y sucedió en el cielo una gran batalla: Miguel y sus ángeles peleaban con el dragón y el dragón y sus ángeles peleaban. Habiendo manifestado el Señor lo que está dicho a los buenos y malos ángeles, el santo príncipe Miguel y sus compañeros por el divino permiso pelearon con el dragón y sus secuaces. Y fue admirable esta batalla, porque se peleaba con los entendimientos y voluntades. San Miguel, con el celo que ardía en su corazón de la honra del Altísimo y armado con su divino poder y con su propia humildad, resistió a la desvanecida soberbia del dragón, diciendo: Digno es el Altísimo de honor, alabanza y reverencia, de ser amado, temido y obedecido de toda criatura; y es poderoso para obrar todo lo que su voluntad quisiere; y nada puede querer que no sea muy justo el que es increado y sin dependencia de otro ser, y nos dio de gracia el que tenemos, criándonos y formándonos de nada; y puede criar otras criaturas cuando y como fuere su beneplácito. Y razón es que nosotros, postrados y rendidos ante su acatamiento, adoremos a Su Majestad y real grandeza. Venid, pues, ángeles, seguidme, y adorémosle y alabemos sus admirables y ocultos juicios, sus perfectísimas y santísimas obras. Es Dios Altísimo y superior a toda criatura, y no lo fuera si pudiéramos alcanzar y comprender sus grandes obras. Infinito es en sabiduría y bondad y rico en sus tesoros y beneficios; y, como Señor de todo y que de nadie necesita, puede comunicarlos a quien más servido fuere y no puede errar en su elección. Puede amar y darse a quien amare, y amar a quien quisiere, y levantar, criar y enriquecer a 2 quien fuere su gusto; y en todo será sabio, santo y poderoso. Adorémosle con hacimiento de gracias por la maravillosa obra que ha determinado de la Encarnación y favores de su pueblo, y de su reparación si cayere. Y a este Supuesto de dos naturalezas, divina y humana, adorémosle y reverenciémosle y recibámosle por nuestra cabeza; y confesemos que es digno de toda gloria, alabanza y magnificencia, y como autor de la gracia y de la gloria le demos virtud y divinidad.
107.
Con estas armas peleaban San Miguel y sus ángeles y combatían como con fuertes rayos al dragón y a los suyos, que también peleaban con blasfemias; pero a la vista del santo Príncipe, y no pudiendo resistir, se deshacía en furor y por su tormento quisiera huir, pero la voluntad divina ordenó que no sólo fuese castigado, sino también fuese vencido, y a su pesar conociese la verdad y poder de Dios; aunque blasfemando, decía: Injusto es Dios en levantar a la humana naturaleza sobre la angélica. Yo soy el más excelente y hermoso ángel y se me debe el triunfo; yo he de poner mi trono (Is., 14, 13) sobre las estrellas y seré semejante al Altísimo y no me sujetaré a ninguno de inferior naturaleza, ni consentiré que nadie me preceda ni sea mayor que yo.—Lo mismo repetían los apostatas secuaces de Lucifer; pero San Miguel le replicó: ¿Quién hay que se pueda igualar y comparar con el Señor que habita en los cielos? Enmudece, enemigo, en tus formidables blasfemias y, pues la iniquidad te ha poseído, apártate de nosotros, oh infeliz, y camina con tu ciega ignorancia y maldad a la tenebrosa noche y caos de las penas infernales; y nosotros, oh espíritus del Señor, adoremos y reverenciemos a esta dichosa mujer, que ha de dar carne humana al eterno Verbo, y reconozcámosla por nuestra Reina y Señora. 108.
Era aquella gran señal de la Reina escudo en esta 3 pelea para los buenos ángeles y arma ofensiva para contra los malos; porque a su vista las razones y pelea de Lucifer no tenían fuerza y se turbaba y como enmudecía, no pudiendo tolerar los misterios y sacramentos que en aquella señal eran representados. Y como por la divina virtud había aparecido aquella misteriosa señal, quiso también Su Majestad que apareciese la otra figura o señal del dragón rojo y que en ella fuese ignominiosamente lanzado del cielo con espanto y terror de sus iguales y con admiración de los Ángeles Santos; que todo esto causó aquella nueva demostración del poder y justicia de Dios.
109.
Dificultoso es reducir a palabras lo que pasó en esta memorable batalla, por haber tanta distancia de las breves razones materiales a la naturaleza y operaciones de tales y tantos espíritus Angélicos. Pero los malos no prevalecieron, porque la injusticia, mentira e ignorancia y malicia no pueden prevalecer contra la equidad, verdad, luz y bondad; ni estas virtudes pueden ser vencidas de los vicios; y por esto dice que desde entonces no se halló lugar suyo en el cielo. Con los pecados que cometieron estos desagradecidos ángeles, se hicieron indignos de la eterna vista y compañía del Señor y su memoria se borró en su mente, donde antes de caer estaban como escritos por los dones de gracia que les había dado; y, como fueron privados del derecho que tenían a los lugares que les estaban prevenidos si obedecieran, se traspasó este derecho a los hombres y para ellos se dedicaron, quedando tan borrados los vestigios de los ángeles apostatas que no se hallarán jamás en el cielo. ¡Oh infeliz maldad, y nunca harto encarecida infelicidad, digna de tan espantoso y formidable castigo! Añade y dice:
110.
Y fue arrojado aquel gran dragón, antigua serpiente que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el 4 orbe, y fue arrojado en la tierra y sus ángeles fueron enviados con él. Arrojó del cielo el Santo Príncipe Miguel a Lucifer, convertido en dragón, con aquella invencible palabra: ¿Quién como Dios? que fue tan eficaz, que pudo derribar aquel soberbio gigante y todos sus ejércitos y lanzarle con formidable ignominia en lo inferior de la tierra, comenzando con su infelicidad y castigo a tener nuevos nombres de dragón, serpiente, diablo y Satanás, los cuales le puso el Santo Arcángel en la batalla, y todos testifican su iniquidad y malicia. Y privado por ella de la felicidad y honor que desmerecía, fue también privado de los nombres y títulos honrosos y adquirió los que declaran su ignominia; y el intento de maldad que propuso y mandó a sus confederados, de que engañasen y pervirtiesen a todos los que en el mundo viviesen, manifiesta su iniquidad. Pero el que en su pensamiento hería a las gentes, fue traído a los infiernos, como dice Isaías, capítulo 14 (Is., 14, 15), a lo profundo del lago, y su cadáver entregado a la carcoma y gusano de su mala conciencia; y se cumplió en Lucifer todo lo que dice en aquel lugar el Profeta.
111.
Quedando despojado el cielo de los malos ángeles y corrida la cortina de la divinidad a los buenos y obedientes, triunfantes y gloriosos éstos y castigados a un mismo tiempo los rebeldes, prosigue el evangelista que oyó una grande voz en el cielo, que decía: Ahora ha sido hecha la salud y la virtud y el reino de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, que en la presencia de nuestro Dios los acusaba de día y de noche. Esta voz que oyó el evangelista fue de la persona del Verbo, y la percibieron y entendieron todos los Ángeles Santos, y sus ecos llegaron hasta el infierno, donde hizo temblar y despavorir a los demonios; aunque no todos sus misterios entendieron, mas de solo aquello que el Altísimo quiso manifestarles para su pena y castigo. Y fue voz del Hijo 5 en nombre de la humanidad que había de tomar, pidiendo al eterno Padre fuese hecha la salud, virtud y reino de Su Majestad y la potestad de Cristo; porque ya había sido arrojado el acusador de sus hermanos del mismo Cristo Señor nuestro, que eran los hombres. Y fue como una petición ante el trono de la Santísima Trinidad de que fuese hecha la salud y virtud, y los misterios de la Encarnación y Redención fuesen confirmados y ejecutados contra la envidia y furor de Lucifer, que había bajado del cielo airado contra la humana naturaleza de quien el Verbo se había de vestir; y por esto, con sumo amor y compasión los llamó hermanos. Y dice que Lucifer los acusaba de día y de noche, porque, en presencia del Padre Eterno y toda la Santísima Trinidad, los acusó en el día que gozaba de la gracia, despreciándonos desde entonces con su soberbia, y después, en la noche de sus tinieblas y de nuestra caída, nos acusa mucho más, sin haber de cesar jamás de esta acusación y persecución mientras el mundo durare. Y llamó virtud, potestad y reino a las obras y misterios de la Encarnación y Muerte de Cristo, porque todo se obró con ella y se manifestó su virtud y potencia contra Lucifer.
112.
Esta fue la primera vez que el Verbo en nombre de la humanidad intercedió por los hombres ante el trono de la Divinidad; y, a nuestro modo de entender, el Padre eterno confirió esta petición con las personas de la Santísima Trinidad y, manifestando a los Santos Ángeles en parte el decreto del Divino Consistorio sobre estos sacramentos, les dijo: Lucifer ha levantado las banderas de la soberbia y pecado y con toda iniquidad y furor perseguirá al linaje humano y con astucia pervertirá a muchos, valiéndose de ellos mismos para destruirlos, y con la ceguedad de los pecados y vicios en diversos tiempos prevaricarán con peligrosa ignorancia; pero la soberbia, mentira y todo pecado y vicio dista infinito de nuestro ser y voluntad. Levantemos, pues, el triunfo de la 6 virtud y santidad y humánese para esto la Segunda Persona pasible, y acredite y enseñe la humildad, obediencia y todas las virtudes y haga la salud para los mortales; y siendo verdadero Dios, se humille y sea hecho el menor, sea hombre justo y ejemplar y maestro de toda santidad, muera por la salud de sus hermanos; sea la virtud sola admitida en nuestro Tribunal y la que siempre triunfe de los vicios. Levantemos a los humildes y humillemos a los soberbios; hagamos que los trabajos y el padecerlos sea glorioso en nuestro beneplácito. Determinemos asistir a los afligidos y atribulados; y que sean corregidos y afligidos nuestros amigos, y por estos medios alcancen nuestra gracia y amistad y que ellos también, según su posibilidad, hagan la salud, obrando la virtud. Sean bienaventurados los que lloran, sean dichosos los pobres y los que padecieron por la justicia y por su cabeza, Cristo, y sean ensalzados los pequeños, engrandecidos los mansos de corazón; sean amados, como nuestros hijos, los pacíficos; sean nuestros carísimos los que perdonaren y sufrieren las injurias y amaren a sus enemigos (Mt., 5, 3-10). Señalémosles a todos copiosos frutos de bendiciones de nuestra gracia y premios de inmortal gloria en el cielo. Nuestro Unigénito obrará esta doctrina y los que le siguieren serán nuestros escogidos, regalados, refrigerados y premiados y sus buenas obras serán engendradas en nuestro pensamiento, como causa primera de la virtud. Demos permiso a que los malos opriman a los buenos y sean parte en su corona, cuando para sí mismos están mereciendo castigo. Haya escándalo para el bueno y sea desdichado el que le causare (Mt., 18, 7) y bienaventurado el que lo padece. Los hinchados y soberbios aflijan y blasfemen de los humildes, y los grandes y poderosos a los pequeños y opriman a los abatidos, y éstos, en lugar de maldición, den bendiciones (1 Cor., 4, 12); y mientras fueren viandantes, sean reprobados de los hombres, y después sean colocados 7 con los espíritus y ángeles nuestros hijos y gocen de los asientos y premios que los infelices y mal aventurados han perdido. Sean los pertinaces y soberbios condenados a eterna muerte, donde conocerán su insipiente proceder y protervia.
113.
Y para que todos tengan verdadero ejemplar y superabundante gracia, si de ella se quisieren aprovechar, descienda nuestro Hijo pasible y Reparador y redima a los hombres —a quienes Lucifer derribará de su dichoso estado— y levántelos con sus infinitos merecimientos. Sea hecha la salud ahora en nuestra voluntad y determinación de que haya redentor y maestro que merezca y enseñe, naciendo y viviendo pobre, muriendo despreciado y condenado por los hombres a muerte torpísima y afrentosa; sea juzgado por pecador y reo y satisfaga a nuestra justicia por la ofensa del pecado; y por sus méritos previstos usemos de nuestra misericordia y piedad. Y entiendan todos que el humilde, el pacífico, el que obrare la virtud, sufriere y perdonare, éste seguirá a nuestro Cristo y será nuestro hijo; y que ninguno podrá entrar por voluntad libre en nuestro reino, si primero no se niega a sí mismo y, llevando su cruz, sigue a su cabeza y maestro (Mt., 16, 24). Y éste será nuestro Reino, compuesto de los perfectos y que legítimamente hubieren trabajado y peleado perseverando hasta el fin. Estos tendrán parte en la potestad de nuestro Cristo, que ahora es hecha y determinada, porque ha sido arrojado el acusador de sus hermanos, y es hecho su triunfo, para que, lavándolos y purificándolos con su sangre, sea para Él la exaltación y gloria; porque sólo Él será digno de abrir el libro de la ley de gracia (Ap., 7, 9) y será camino, luz, verdad y vida (Jn., 14, 6) para que los hombres vengan a mí y Él solo abrirá las puertas del cielo; sea mediador (1 Tim., 2, 5) y abogado (1 Jn., 2, 1) de los mortales y en Él tendrán padre, hermano y protector, pues tienen perseguidor y acusador. 8 Y los ángeles, que, como nuestros hijos, también obraron la salud y virtud y defendieron la potestad de mi Cristo, sean coronados y honrados por todas las eternidades de eternidades en nuestra presencia.
114.
Esta voz, que contiene los Misterios escondidos desde la constitución del mundo (Mt., 13, 35), manifestados por la doctrina y vida de Jesucristo, salió del Trono, y decía y contiene más de lo que yo puedo explicar. Y con ella, se les intimaron a los Santos Ángeles las comisiones que habían de ejercer; a San Miguel y san Gabriel, para que fuesen Embajadores del Verbo humanado y de María su Madre Santísima y fueran Ministros para todos los sacramentos de la Encarnación y Redención; y otros muchos Ángeles fueron destinados con estos dos Príncipes para el mismo ministerio, como adelante diré (Cf., infra n. 202-207). A otros ángeles destinó y mandó el Todopoderoso acompañasen, asistiesen a las almas y las inspirasen y enseñasen la santidad y virtudes contrarías a los vicios a que Lucifer había propuesto inducirlas y que las defendiesen y guardasen y las llevasen en sus manos (Sal., 90, 12), para que a los justos no ofendiesen las piedras, que son las marañas y engaños que armarían contra ellos sus enemigos.
115.
Otras cosas fueron decretadas en esta ocasión o tiempo que el Evangelista dice fue hecha la potestad, salud, virtud y reino de Cristo; pero lo que se obró misteriosamente fue que los predestinados fueron señalados y puestos en cierto número y escritos en la memoria de la mente divina por los merecimientos previstos de Jesucristo nuestro Señor. ¡Oh misterio y secreto inexplicable de lo que pasó en el pecho de Dios! ¡Oh dichosa suerte para los escogidos! ¡Qué punto de tanto peso! ¡qué Sacramento tan digno de la Omnipotencia Divina! ¡qué triunfo de la potestad de Cristo! 9 ¡Dichosos infinitas veces los miembros que fueron señalados y unidos a tal Cabezal ¡Oh Iglesia grande, pueblo grave y Congregación Santa, digna de tal Prelado y Maestro! En la consideración de tan alto Sacramento (Misterio) se anega todo el juicio de las criaturas y mi entender se suspende y enmudece mi lengua.
116.
En este Consistorio de las tres Divinas Personas, le fue dado y como entregado al Unigénito del Padre aquel libro misterioso del Apocalipsis; y entonces fue compuesto y firmado y cerrado con los siete sellos (Ap., 5, 1ss) que el Evangelista dice, hasta que tomó carne humana y le abrió, soltando por su orden los sellos, con los misterios que desde su nacimiento, vida y muerte fue obrando hasta el fin de todos. Y lo que contenía el libro era todo lo que decretó la santísima Trinidad después de la caída de los ángeles y pertenece a la Encarnación del Verbo y a la Ley de Gracia; los Diez Mandamientos, los Siete Sacramentos y todos los Artículos de la Fe, y lo que en ellos se contiene, y el orden de toda la Iglesia Militante, dándole potestad al Verbo para que humanado, como Sumo Sacerdote y Santo, comunicase el poder y dones necesarios a los Apóstoles y a los demás Sacerdotes y Ministros de esta Iglesia.
117.
Este fue el misterioso principio de la Ley Evangélica. Y en aquel Trono y Consistorio secretísimo se instituyó y se escribió en la Mente Divina que aquellos serían escritos en el libro de la vida que guardasen esta Ley. De aquí tuvo principio y del Padre Eterno son sucesores o vicarios los Pontífices y Prelados. De Su Alteza tienen principio los mansos, los pobres, los humildes y todos los justos. Este fue y es su nobilísimo origen, por donde se ha de decir que quien obedece a los Superiores obedece a Dios, y quien los desprecia a Dios menosprecia (Lc., 10, 16). Todo esto fue decretado 10 en la Divina Mente y sus ideas, y se le dio a Cristo Señor nuestro la potestad de abrir a su tiempo este libro, que estuvo hasta entonces cerrado y sellado. Y en el ínterin, dio el Altísimo su testamento y testimonios de sus palabras Divinas en la ley natural y escrita, con obras misteriosas, manifestando parte de sus secretos a los Patriarcas y Profetas.
118.
Y por estos testimonios y sangre del Cordero, dice: Que le vencieron los justos; porque, si bien la Sangre de Cristo Redentor nuestro fue suficiente y superabundante para que todos los mortales venciesen al dragón y su acusador, y los testimonios y palabras verdaderísimas de sus Profetas son de grande virtud y fuerza para la salud eterna, pero con la voluntad libre cooperan los justos a la eficacia de la Pasión y Redención y de las Escrituras y consiguen su fruto venciéndose a sí mismos y al demonio, cooperando a la Gracia. Y no sólo le vencerán en lo que comúnmente Dios manda y pide, pero con su Virtud y Gracia añadirán el dar sus almas y ponerlas hasta la muerte por el mismo Señor (Ap., 6, 9) y por sus testimonios y por alcanzar la Corona y triunfo de Jesucristo, como lo han hecho los Mártires en testimonio de la fe y por su defensa. 119.
Por todos estos Misterios añade el Texto y dice: Alegraos Cielos, y los que vivís en ellos. Alegraos, porque habéis de ser morada eterna de los justos y del Justo de los justos, Jesucristo, y de su Madre Santísima. Alegraos Cielos, porque de las criaturas materiales e inanimadas a ninguna le ha caído mayor suerte, pues vosotros seréis Casa de Dios, que permanecerá eternos siglos, y en ella recibiréis para Reina vuestra a la criatura más pura y santa que hizo el poderoso brazo del Altísimo. Por esto os alegrad, cielos, y los que vivís en ellos, Ángeles y justos, que habéis de ser compañeros y Ministros de este Hijo del Padre Eterno y de su Madre y partes de este Cuerpo 11 Místico, cuya Cabeza es el mismo Cristo. Alegraos, Ángeles Santos, porque, administrándolos y sirviéndolos con vuestra defensa y custodia, granjearéis premios de gozo accidental. Alégrese singularmente San Miguel, Príncipe de la Milicia Celestial, porque defendió en batalla la gloria del Altísimo y de sus misterios venerables y será Ministro de la Encarnación del Verbo y testigo singular de sus efectos hasta el fin; y alégrense con él todos sus aliados y defensores del Nombre de Jesucristo y de su Madre, y que en estos ministerios no perderán el gozo de la gloria esencial que ya poseen; y por tan Divinos Sacramentos se regocijan los cielos.
CAPITULO 10
En que se da fin a la explicación del capítulo 12 del Apocalipsis.
120.
Pero, ¡ay de la tierra y del mar, porque ha bajado a vosotros el diablo, que tiene grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo! ¡Ay de la tierra, donde tan innumerables pecados y maldades se han de cometer! ¡Ay del mar, que sucediendo tales ofensas del Criador a su vista no soltó su corriente y anegó a los transgresores, vengando las injurias de su Hacedor y Señor! Pero ¡ay del mar profundo y endurecido en maldad de aquellos que siguieron a este diablo, que ha bajado a vosotros para haceros guerra con grande ira, y tan inaudita y cruel que no tiene semejante! Es ira de ferocísimo dragón y más que león devorador, que todo lo pretende aniquilar, y le parece que todos los días del siglo son poco tiempo para ejecutar su enojo. Tanta es la sed y el afán que tiene de dañar a los mortales, que no le satisface todo el tiempo de sus vidas, porque han de tener fin, y su furor deseara tiempos eternos, si fueran posibles, para hacer guerra a los hijos de Dios. Y entre todos tiene su ira contra aquella mujer dichosa que le ha de quebrantar la cabeza (Gén., 12 3, 15). Y por esto dice el evangelista:
121.
Y después que vio el dragón cómo era arrojado en la tierra, persiguió a la mujer que parió al hijo varón. Cuando la antigua serpiente vio el infelicísimo lugar y estado adonde arrojado del cielo empíreo había caído, ardía, más en furor y envidia contaminándose como polilla sus entrañas; y contra la mujer, Madre del Verbo Humanado, concibió tal indignación, que ninguna lengua ni humano entendimiento lo puede encarecer ni ponderar; y se colige en algo de lo que sucedió luego inmediatamente, cuando se halló este dragón derribado hasta los infiernos con sus ejércitos de maldad; y yo lo diré aquí, según mi posible, como se me ha manifestado por inteligencia.
122.
Toda la semana primera que refiere el Génesis, en que Dios entendía en la creación del mundo y sus criaturas, Lucifer y los demonios se ocuparon en maquinar y conferir maldades contra el Verbo que se había de humanar y contra la Mujer de quien había de nacer hecho hombre. El día primero, que corresponde al domingo, fueron criados los ángeles y les fue dada ley y preceptos de lo que debían obedecer; y los malos desobedecieron y traspasaron los mandatos del Señor; y por divina providencia y disposición sucedieron todas las cosas que arriba quedan dichas, hasta el segundo día por la mañana correspondiente al lunes, que fue Lucifer y su ejército arrojados y lanzados en el infierno. A esta duración de tiempo correspondieron aquellas mórulas de los ángeles, de su creación, operaciones, batalla y caída, o glorificación. Al punto que Lucifer con su gente estrenó el infierno, hicieron concilio en él congregados todos, que les duró hasta el día correspondiente al jueves por la mañana; y en este tiempo, ocupó Lucifer toda su sabiduría y malicia diabólica en conferir con los demonios y arbitrar cómo más ofenderían a Dios y se 13 vengarían del castigo que les había dado; y la conclusión que en suma resolvieron fue que la mayor venganza y agravio contra Dios, según lo que conocían había de amar a los hombres, sería impedir los efectos de aquel amor, engañando, persuadiendo y, en cuanto les fuese posible, compeliendo a los mismos hombres, para que perdiesen la amistad y gracia de Dios y le fuesen ingratos y a su voluntad rebeldes.
123.
En esto —decía Lucifer— hemos de trabajar empleando todas nuestras fuerzas, cuidado y ciencia; reduciremos a las criaturas humanas a nuestro dictamen y voluntad para destruirlas; perseguiremos a esta generación de hombres y la privaremos del premio que le ha prometido; procuremos con toda nuestra vigilancia que no lleguen a ver la cara de Dios, pues a nosotros se nos ha negado con injusticia. Grandes triunfos he de ganar contra ellas y todo lo destruiré y rendiré a mi voluntad. Sembraré nuevas sectas y errores y leyes contrarias a las del Altísimo en todo; yo levantaré, de esos hombres, profetas y caudillos que dilaten las doctrinas (Act., 20, 30) que yo sembraré en ellos y, después, en venganza de su Criador, los colocaré conmigo en este profundo tormento; afligiré a los pobres, oprimiré a los afligidos y al desalentado perseguiré; sembraré discordias, causaré guerras, moveré unas gentes contra otras; engendraré soberbios y arrogantes y extenderé la ley del pecado; y cuando en ella me hayan obedecido, los sepultaré en este fuego eterno y en los lugares de mayores tormentos a los que más a mí se allegaren. Este será mi reino y el premio que yo daré a mis siervos.
124.
Al Verbo humanado haré sangrienta guerra, aunque sea Dios, pues también será hombre de naturaleza inferior a la mía. Levantaré mi trono y dignidad sobre la suya, venceréle y derribaréle con mi 14 potencia y astucia; y la mujer que ha de ser su madre perecerá a mis manos; ¿qué es para mi potencia y grandeza una sola mujer? Y vosotros, demonios, que conmigo estáis agraviados, seguidme y obedecedme en esta venganza, como lo habéis hecho en la inobediencia. Fingid que amáis a los hombres para perderlos; serviréislos para destruirlos y engañarlos; asistiréislos, para pervertirlos y traerlos a mis infiernos.—No hay lengua humana que pueda explicar la malicia y furor de este primer conciliábulo que hizo Lucifer en el infierno contra el linaje humano, que aún no era, sino porque había de ser. Allí se fraguaron todos los vicios y pecados del mundo, de allí salieron la mentira, las sectas y errores, y toda iniquidad tuvo su origen de aquel caos y congregación abominable; y a su príncipe sirven todos los que obran la maldad.
125.
Acabado este conciliábulo, quiso Lucifer hablar con Dios y Su Majestad dio permiso a ello por sus Altísimos Juicios. Y esto fue al modo que habló Satanás cuando pidió facultad para tentar a Job (Job., 1, 6ss) y sucedió el día que corresponde al jueves; y dijo, hablando con el Altísimo: Señor, pues tu mano ha sido tan pesada para mí, castigándome con tan grande crueldad, y has determinado todo cuanto has querido para los hombres, que tienes voluntad de criar, y quieres engrandecer tanto y levantar al Verbo humanado y con él has de enriquecer a la mujer que ha de ser su madre con los dones que le previenes, ten equidad y justicia; y pues me has dado licencia para perseguir a los demás hombres, dámela para que también pueda tentar y hacer guerra a este Cristo Dios y hombre y a la mujer que ha de ser madre suya; dame permiso para que en esto ejecute todas mis fuerzas.—Otras cosas dijo entonces Lucifer y se humilló a pedir esta licencia, siendo tan violenta la humildad en su soberbia, porque la ira y las ansias de conseguir lo que deseaba eran tan grandes, 15 que a ellas se rindió su misma soberbia, cediendo una maldad a otra; porque conocía que sin licencia del Señor Todopoderoso nada podía intentar; y por tentar a Cristo nuestro Señor y a su Madre Santísima en particular, se humillara infinitas veces, porque temía le había de quebrantar la cabeza.
126.
Respondióle el Señor: No debes. Satanás, pedir de justicia ese permiso y licencia, porque el Verbo humanado es tu Dios y Señor Omnipotente y Supremo, aunque será juntamente hombre verdadero, y tú eres su criatura; y si los demás hombres pecaren, y por eso se sujetaren a tu voluntad, no ha de ser posible el pecado en mi Unigénito Humanado; y si a los demás hiciere esclavos la culpa, Cristo ha de ser Santo y Justo y segregado de los pecadores (Heb., 7, 26), a los cuales si cayeren levantará y redimirá; y esa Mujer, con quien tienes tanta ira, aunque ha de ser pura criatura e hija de hombre puro, pero ya he determinado preservarla de pecado y ha de ser siempre toda mía, y por ningún título ni derecho en tiempo alguno quiero que tengas parte en ella.
127.
A esto replicó Satanás: Pues, ¿qué mucho que sea santa esa mujer, si en tiempo alguno no ha de tener contrario que la persiga e incite al pecado? Esto no es equidad, ni recta justicia, ni puede ser conveniente ni loable.—Añadió Lucifer otras blasfemias con arrogante soberbia. Pero el Altísimo, que todo lo dispone con sabiduría infinita, le respondió: Yo te doy licencia para que puedas tentar a Cristo, que en esto será Ejemplar y Maestro para otros, y también te la doy para que persigas a esa Mujer, pero no la tocarás en la vida corporal; y quiero que no sean exentos en esto Cristo y su Madre, pero que sean tentados de ti como los demás.— Con este permiso se alegró el dragón más que con todo el que tenía de perseguir al linaje humano; y en 16 ejecutarle determinó poner mayor cuidado, como le puso, que en otra alguna obra y no fiarlo de otro demonio sino hacerlo por sí mismo. Y por esto dice el evangelista:
128.
Persiguió el dragón a la mujer que parió al hijo varón; porque con el permiso que tuvo del Señor hizo guerra inaudita y persiguió a la que imaginaba ser Madre de Dios humanado. Y porque en sus lugares diré (Cf., infra n. 600-700; p. II n. 340-371; p. III n. 451-528) qué luchas y peleas fueron éstas, sólo declaro ahora que fueron grandes sobre todo pensamiento humano. Y también fue admirable el modo de resistirlas y vencerlas gloriosísimamente; pues, para defenderse del dragón la mujer, dice: Que le fueron dadas dos alas de una grande águila, para que volase al desierto, a su lugar, donde es alimentada por tiempo y tiempos. Estas dos alas se le dieron a la Virgen Santísima antes de entrar en esta pelea, porque fue prevenida del Señor con particulares dones y favores. La una ala fue una ciencia infusa que de nuevo le dieron de grandes misterios y sacramentos. La segunda fue nueva y profundísima humildad, como en su lugar explicaré (Cf., infra p. II n. 335-339; p. III n. 448- 528). Con estas dos alas levantó el vuelo al Señor, lugar propio suyo, porque sólo en Él vivía y atendía. Voló como águila real, sin volver el vuelo jamás al enemigo, siendo sola en este vuelo y viviendo desierta de todo lo terreno y criado y sola con el solo y último fin, que es la Divinidad. Y en esta soledad fue alimentada por tiempo y tiempos; alimentada con el dulcísimo maná y manjar de la gracia y palabras Divinas y favores del brazo poderoso; y por tiempo y tiempos, porque este alimento tuvo toda su vida y más señalado en aquel tiempo que le duraron las mayores batallas con Lucifer, que entonces recibió favores más proporcionados y mayores; también por tiempo y tiempos, se entiende la eterna felicidad, donde fueron premiadas y coronadas todas sus victorias.
17
129.
Y por la mitad del tiempo fuera de la cara de la serpiente. Este medio tiempo fue el que la Virgen Santísima estuvo en esta vida, libre de la persecución del dragón y sin verle, porque después de haberle vencido en las peleas que con él tuvo, por Divina disposición estuvo, como victoriosa, libre de ellas. Y le fue concedido este privilegio, para que gozase de la paz y quietud que había merecido, quedando vencedora del enemigo, como diré adelante (Cf., infra p. III n. 526). Pero mientras duró la persecución, dice el Evangelista:
130.
Y arrojó la serpiente de su boca como un río de agua tras de la mujer, para que el río la tragase; y la tierra ayudó a la mujer y abrió la tierra su boca y sorbió el río que arrojó de su boca el dragón. Toda su malicia y fuerzas estrenó Lucifer y las extendió contra esta Divina Señora, porque todos cuantos han sido de él tentados le importaban menos que sola María Santísima. Y con la fuerza que corre el ímpetu de un grande y despeñado río, así y con mayor violencia, salían de la boca de este dragón las fabulaciones, maldades y tentaciones contra ella; pero la tierra la ayudó, porque la tierra de su cuerpo y pasiones no fue maldita, ni tuvo parte en aquella sentencia y castigo que fulminó Dios contra nosotros en Adán y Eva, que la tierra nuestra sería maldita y produciría espinas en lugar de fruto (Gén., 3, 17-18), quedando herida en lo natural con el fomes peccati, que siempre nos punza y hace contradicción, y de quien se vale el demonio para ruina de los hombres, porque halla dentro de nosotros estas armas tan ofensivas contra nosotros mismos; y asiendo de nuestras inclinaciones, nos arrastra con aparente suavidad y deleite y con sus falsas persuasiones tras de los objetos sensibles y terrenos.
131.
Pero María Santísima, que fue tierra santa y bendita del Señor, sin tocar en ella el fomes ni otro efecto del pecado, no pudo tener peligro por parte de la tierra; 18 antes ella la favoreció con sus inclinaciones ordenadísimas y compuestas y sujetas a la Gracia. Y así abrió la boca y se tragó el río de las tentaciones que en vano arrojaba el dragón, porque no hallaba la materia dispuesta ni fomentos para el pecado, como sucede en los demás hijos de Adán, cuyas terrenas y desordenadas pasiones antes ayudan a producir este río que a sorberle, porque nuestras pasiones y corrupta naturaleza siempre contradicen a la razón y virtud. Y conociendo el dragón cuán frustrados quedaron sus intentos contra aquella misteriosa mujer, dice ahora:
132.
Y el dragón se indignó contra la mujer; y se fue para hacer guerra a lo restante de su generación, que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo. Vencido este gran dragón gloriosamente en todas las cosas por la Reina de todo lo criado, y aun previniendo antes su confusión con este furioso tormento suyo y de todo el infierno, se fue determinando hacer cruda guerra a las demás almas de la generación y linaje de María Santísima, que son los fieles señalados con el testimonio y Sangre de Cristo en el Bautismo para guardar sus testimonios; porque toda la ira de Lucifer y sus demonios se convirtió más contra la Iglesia Santa y sus miembros, cuando vio que contra su Cabeza Cristo Señor nuestro y su Madre Santísima nada podía conseguir; y señaladamente con particular indignación hace guerra a las Vírgenes de Cristo y trabaja por destruir esta virtud de la Castidad virginal, como semilla escogida y reliquias de la castísima Virgen y Madre del Cordero. Y para todo esto dice que:
133.
Estuvo el dragón sobre la arena del mar, que es la vanidad contentible de este mundo, de la cual se sustenta el dragón y la come como heno (Job 40, 10). Todo esto pasó en el cielo; y muchas cosas fueron manifestadas a los ángeles, en los decretos de la Divina 19 voluntad, de los privilegios que se disponían para la Madre del Verbo que había de humanarse en ella. Y yo he quedado corta en declarar lo que entendí, porque la abundancia de Misterios me ha hecho más pobre y falta de términos para su declaración. CAPITULO 11 Que en la creación de todas las cosas el Señor tuyo presentes a Cristo Señor nuestro y a su Madre Santísima y eligió y favoreció a su pueblo, figurando estos Misterios.
134.
En el capítulo 8 de los Proverbios (Prov., 8, 30), dice la Sabiduría de sí misma que en la creación de todas las cosas se halló presente con el Altísimo componiéndolas todas. Y dije arriba (Cf., supra n. 54) que esta Sabiduría es el Verbo humanado, que con su Madre Santísima estaba presente, cuando en su Mente Divina determinaba Dios la creación de todo el mundo; porque en aquel instante no sólo estaba el Hijo con el Eterno Padre y el Espíritu Santo en unidad de la naturaleza Divina, pero también la humanidad que había de tomar estaba en primer lugar de todo lo criado, prevista e ideada en la mente Divina del Padre, y con la humanidad de su Madre Santísima que la había de administrar de sus purísimas entrañas. Y en estas dos personas estuvieron previstas todas sus obras, de que se obligaba el Altísimo para no atender —a nuestro modo de hablar— a todo lo que el linaje humano podía desobligarle, y los mismos Ángeles, para que no procediese a la creación de todo lo restante de él y de las criaturas que para servicio del hombre estaba previniendo.
135.
Miraba el Altísimo a su Hijo Unigénito humanado y a su Madre Santísima, como ejemplares que había formado con la grandeza de su sabiduría y poder, para 20 que le sirviesen como de originales por donde iba copiando todo el linaje humano; y para que, asimilándole a estas dos imágenes de su Divinidad, todos los demás saliesen también mediante estos ejemplares semejantes a Dios. Crió también las cosas materiales necesarias para la vida humana, pero con tal sabiduría, que también algunas sirviesen de símbolos que representasen en algún modo a los dos objetos a quien principalmente él miraba y ellas servían: Cristo y María. Por esto hizo las dos lumbreras del cielo, sol y luna (Gén., 1, 16), que en dividir la noche y el día se señalasen al Sol de Justicia Cristo y su Madre Santísima, que es hermosa como la Luna (Cant., 6, 9), y dividen la luz y día de la gracia de la noche del pecado; y con sus continuas influencias iluminan el Sol a la Luna y entrambos a todas las criaturas desde el firmamento y sus Astros y los demás hasta el fin de todo el universo.
136.
Crió las demás cosas y les añadió más perfección, mirando que habían de servir a Cristo y a María Santísima, y por ellos a los demás hombres, a quienes antes de salir de su nada les puso mesa gustosísima, abundante, segura y más memorable que la de Asuero (Est., 1, 3); porque los había de criar para su regalo y convidarlos a las delicias de su conocimiento y amor; y como cortés Señor y generoso no quiso que el convidado aguardase, mas que fuese todo uno el ser criado y hallarse sentado a la mesa del Divino conocimiento y amor, y no perdiese tiempo en lo que tanto le importaba como reconocer y alabar a su Hacedor.
137.
Al sexto día de la creación, formó (Gén., 1, 27) y crió a Adán como de treinta y tres años, la misma edad que Cristo había de tener en su muerte; y tan parecido a su Humanidad Santísima, que en el cuerpo apenas se diferenciaban y en el alma también le asimiló a la suya; y de Adán formó a Eva tan semejante a la Virgen, que la 21 imitaba en todas sus facciones y persona. Miraba el Señor con sumo agrado y benevolencia estos dos retratos de los originales que había de criar a su tiempo; y por ellos les echó muchas bendiciones, como para entretenerse con ellos y sus descendientes mientras llegaba el día en que había de formar a Cristo y a María.
138.
Pero el feliz estado en que Dios había criado a los dos primeros padres del género humano duró muy poco, porque luego la envidia de la serpiente se despertó contra ellos, como quien estaba a la espera de su creación; aunque Lucifer no pudo ver la formación de Adán y Eva como vio todas las otras cosas al instante que fueron criadas, porque el Señor no le quiso manifestar la obra de la creación del hombre, ni tampoco la formación de Eva de la costilla, que todo esto se lo ocultó Su Majestad por algún espacio de tiempo, hasta que ya estaban los dos juntos. Pero cuando vio el demonio la compostura admirable de la naturaleza humana sobre todas las demás criaturas, la hermosura de las almas y también de los cuerpos de Adán y Eva, y conoció el paternal amor con que los miraba el Señor y que los hacía dueños y señores de todo lo criado y les dejaba esperanzas de la vida eterna, aquí fue donde se enfureció más la ira de este dragón y no hay lengua que pueda manifestar la alteración con que se conmovió aquella bestia fiera, ejecutándole su envidia para que les quitase la vida; y como un león lo hiciera, si no conociera que le detenía otra fuerza más superior; pero confería y arbitraba modo como los derribaría de la Gracia del Altísimo y los convertiría contra Él.
139 Aquí se alucinó Lucifer; porque el Señor, misteriosamente, como desde el principio le había manifestado que el Verbo había de hacerse hombre en el vientre de María Santísima, y no le declarando dónde y cuándo, por eso le ocultó la creación de Adán y 22 formación de Eva, para que desde luego comenzase a sentir esta ignorancia del Misterio y tiempo de la Encarnación. Y como su ira y desvelo estaban prevenidos señaladamente contra Cristo y María, sospechó si Adán había salido de Eva y ella era la Madre y él era el Verbo humanado. Y crecía más esta sospecha en el demonio, por sentir aquella virtud Divina que le detenía para que no les ofendiese en la vida. Mas, como por otra parte conoció luego los preceptos que Dios les puso —que éstos no se le ocultaron, porque oyó la conferencia que tenían sobre ello Adán y Eva— salía a poco a poco de la duda y fue escuchando las pláticas de los dos padres y tanteando sus naturales, comenzando luego, como hambriento león, a rodearlos (1 Pe., 5, 8) y buscar entrada por las inclinaciones que conocía en cada uno de ellos. Pero hasta que se desengañó del todo, siempre vacilaba entre la ira con Cristo y María y el temor de ser vencido de ellos; y más temía la confusión de que le venciese la Reina del Cielo, por ser criatura pura, y no Dios.
140.
Reparando, pues, en el precepto que tenían Adán y Eva, armado de la engañosa mentira entró por ella a tentarles, comenzando a oponerse y contravenir a la Divina voluntad con todo conato. Y no acometió primero al varón sino a la mujer, porque la conoció de natural más delicado y débil y porque contra ella iba más cierto que no era Cristo; y porque contra ella tenía suma indignación, desde la señal que había visto en el cielo y la amenaza que Dios le había hecho con aquella mujer. Todo esto le arrastró y llevó primero contra Eva que contra Adán. Y arrojóle muchos pensamientos o imaginaciones fuertes desordenadas antes de manifestársele, para hallarla algo turbada y prevenida. Y porque en otra parte tengo escrito algo de esto , no me alargo aquí con decir cuán esforzada e inhumanamente la tentó; basta ahora, para mi intento, saber lo que dicen 23 las Escrituras santas, que tomó forma de serpiente (Gén., 3, 1) y con ella habló a Eva, trabando conversación que no debiera; pues de oírle y responderle pasó a darle crédito y de aquí a quebrantar el precepto para sí; y al fin persuadir a su marido que le quebrantase para su daño y el de todos, perdiendo ellos y nosotros el feliz estado en que los había puesto el Altísimo.
141.
Cuando Lucifer vio la caída de los dos y que la hermosura interior de la gracia y justicia original se había convertido en la fealdad del pecado, fue increíble el alborozo y triunfo que mostró a sus demonios. Pero luego lo perdió, porque conoció cuán piadosamente, y no como deseaba, se había mostrado el amor divino misericordioso con los dos delincuentes y que les daba lugar de penitencia y esperanza del perdón y de su gracia, para lo cual se disponían con el dolor y contrición. Y conoció Lucifer que se les restituía la hermosura de la gracia y amistad de Dios; con que de nuevo se volvió a turbar todo el infierno, viendo los efectos de la contrición. Y creció más su llanto, viendo la sentencia que Dios fulminaba contra los reos, en que se equivocaba el demonio; y sobre todo le atormentó el oír que se le volviese a repetir aquella amenaza: La mujer te quebrantará la cabeza (Gén., 3, 15), como lo había oído en el Cielo.
142.
Los partos de Eva se multiplicaron después del pecado y por él se hizo la distinción y multiplicación de buenos y malos, escogidos y réprobos; unos, que siguen a Cristo nuestro Redentor y Maestro; otros, a Satanás. Los escogidos siguen a su Capitán por fe, humildad, caridad, paciencia y todas las virtudes; y para conseguir el triunfo son asistidos, ayudados y hermoseados con la Divina Gracia y dones que les mereció el mismo Señor y Reparador de todos. Pero los réprobos, sin recibir estos beneficios y favores de su falso caudillo ni aguardar otro 24 premio más que la pena y confusión eterna del infierno, le siguen por soberbia y presunción, ambición, torpezas y maldades, introduciéndolas el padre de mentira y autor del pecado.
143. Con todo esto, la inefable benignidad del Altísimo les dio su bendición, para que con ella creciese y se multiplicase el linaje humano. Pero dio permiso su altísima providencia para que el primer parto de Eva llevase las primicias del primer pecado, en el injusto Caín, y el segundo señalase en el inocente Abel al Reparador del pecado, Cristo nuestro Señor; comenzando juntamente a señalarle en figura y en imitación, para que en el primer justo se estrenase la ley de Cristo y su doctrina de que todos los restantes habían de ser discípulos padeciendo por la justicia y siendo aborrecidos, y oprimidos de los pecadores y réprobos, de sus mismos hermanos (Mt., 10, 21). Para esto se estrenaron en Abel la paciencia, humildad y mansedumbre, y en Caín la envidia y todas las maldades que hizo, en beneficio del justo y en perdición de sí mismo, triunfando el malo y padeciendo el bueno; y dando principio en estos espectáculos a los que tendría el mundo en su progreso, compuesto de las dos ciudades, de Jerusalén para los justos y Babilonia para los réprobos, cada cual con su capitán y cabeza.
144.
Quiso también el Altísimo que el primer Adán fuese figura del segundo en el modo de la creación; pues, como antes de él, primero le crió y ordenó la república de todas las criaturas de que le hacía señor y cabeza, así con su Unigénito dejó pasar muchos siglos antes de enviarle, para que hallase pueblo en la multiplicación del linaje humano, de quien había de ser Cabeza y Maestro y Rey verdadero, para que no estuviese un punto sin república y vasallos; que éste es el orden y armonía maravillosa con que todo lo dispuso la 25 divina sabiduría, siendo postrero en la ejecución el que fue primero en la intención.
145.
Y caminando más el mundo, para descender el Verbo del seno del Eterno Padre y vestirse nuestra mortalidad, eligió y previno un pueblo segregado y nobilísimo y el más admirable que antes ni después hubo; y en él un linaje ilustre y santo, de donde descendiese según la carne humana. Y no me detengo en referir esta genealogía (Mt., 1, 1-17; Lc., 3, 23-38) de Cristo Señor nuestro, porque no es necesario y la cuentan los Sagrados Evangelistas; sólo digo, con toda la alabanza que puedo del Altísimo, que en muchas ocasiones me ha mostrado en diversos tiempos el amor incomparable que tuvo a su pueblo, los favores que fue obrando con él y los sacramentos y Misterios que se encerraban en ellos, como después en su Iglesia Santa se han ido manifestando; sin que jamás se haya dormido ni dormitado el que se constituyó por guarda de Israel (Sal., 120, 4).
146.
Hizo Profetas y Patriarcas Santísimos, que en figuras y profecías nos evangelizasen de lejos lo que ahora tenemos en posesión, para que los veneremos, conociendo el aprecio que ellos hicieron de la Ley de gracia, las ansias y clamores con que la desearon y pidieron. A este pueblo manifestó Dios su ser inmutable por muchas revelaciones; y ellos a nosotros por las Escrituras, encerrando en ellas inmensos Misterios que alcanzásemos y conociésemos por la fe. Y todos los cumplió y acreditó el Verbo humanado, dejándonos con esto la doctrina segura y el alimento de las Escrituras Santas para su Iglesia. Y aunque los Profetas y Justos de aquel pueblo no pudieron alcanzar la vista corporal de Cristo, pero fue liberalísimo el Señor con ellos, manifestándoseles en profecías y moviéndoles al afecto para que pidiesen su venida y la redención de todo el 26 linaje humano. Y la consonancia y armonía de todas estas profecías, misterios y suspiros de los antiguos padres, eran para el Altísimo una suavísima música que resonaba en lo íntimo de su pecho, con que —a nuestro parecer— entretenía el tiempo, y aun le aceleraba, de bajar a conversar con los hombres.
147.
Y por no me detener mucho en lo que sobre esto me ha dado el Señor a conocer y para llegar a lo que voy buscando de las preparaciones que hizo este Señor para enviar al mundo al Verbo humanado y a su Madre Santísima, las diré sucintamente por orden de las divinas Escrituras. El Génesis contiene lo que toca al exordio y creación del mundo para el linaje humano, la división de las tierras y gentes, el castigo y restauración, la confusión de lenguas y origen del pueblo escogido y bajada a Egipto, y otros muchos y grandes sacramentos que declaró Dios a Moisés, para que por él nos diese a conocer el amor y justicia que desde el principio mostró con los hombres, para traerlos a su conocimiento y servicio y señalar lo que tenía determinado de hacer en lo futuro.
148.
El Éxodo contiene lo que sucedió en Egipto con el pueblo escogido, las plagas y castigos que envió para rescatarle misteriosamente, la salida y tránsito del mar, la Ley escrita dada con tantas prevenciones y maravillas, y otros muchos sacramentos y misterios que Dios obró por su pueblo, afligiendo unas veces a sus enemigos, otras a ellos, castigando a unos como juez severo, corrigiendo a otros como padre amantísimo, enseñándoles a conocer el beneficio en los trabajos. Hizo grandes maravillas por la vara de Moisés, en figura de la Cruz, donde el Verbo humanado había de ser cordero sacrificado, para unos remedio y para otros ruina (Lc., 2, 34), como la vara lo era y lo fue el mar Rubro, que defendió al pueblo con murallas de agua y con ellas anegó a los gitanos 27 (Egipcios). E iba con todos estos misterios tejiendo la vida de los Santos de alegría y de llanto, de trabajos, refrigerios; y todo, con infinita Sabiduría y Providencia, lo copiaba de la vida y muerte de Cristo Señor nuestro.
149.
En el Levítico describe y ordena muchos sacrificios y ceremonias legales para aplacar a Dios, porque significaban el Cordero que se había de sacrificar por todos y después nosotros a Su Majestad con la verdad ejecutada de aquellos figurativos sacrificios. También declara las vestiduras de Aarón, Sumo Sacerdote y figura de Cristo, aunque no había de ser él de orden tan inferior, sino según el orden de Melquisedech (Sal., 109, 4).
150. Los Números contienen las mansiones del desierto, figurando lo que había de hacer con la Iglesia Santa y con su Unigénito humanado y su Madre Santísima y también con los demás Justos; que, según diversos sentidos, todo se comprende en aquellos sucesos de la columna de fuego, del maná, de la piedra que dio agua y otros misterios grandes que contiene en otras obras; y encierra también los que pertenecen a la aritmética; y en todo hay profundos sacramentos.
151.
El Deuteronomio es como segunda ley y no diferente sino diverso modo repetida y más apropiadamente figurativa de la Ley Evangélica, porque habiéndose de alargar —por los ocultos juicios de Dios y las conveniencias que su sabiduría conocía— el tomar carne humana, renovaba y disponía leyes que pareciesen a la que después había de establecer por su unigénito Hijo.
152. Jesús Nave o Josué introduce al pueblo de Dios en la tierra de promisión y se la divide pasado el Jordán, obrando grandes hazañas, como figura harto expresa de nuestro Redentor en el nombre y en las obras; en que 28 representó la destrucción de los reinos que poseía el demonio y la separación y división que de buenos y malos se hará el último día.
153. Tras de Josué, estando ya el pueblo en la posesión de la tierra prometida y deseada, que primera y propiamente representa la Iglesia, adquirida por Jesucristo con el precio de su Sangre, viene el libro de los Jueces que Dios ordenaba para gobierno de su pueblo, particularmente en las guerras que por sus continuados pecados e idolatrías padecían de los filisteos y otros enemigos sus vecinos, de que los defendía y libraba cuando se convertían a Él por penitencia y enmienda de la vida. Y en este libro se refiere lo que hizo Débora, juzgando al pueblo y libertándole de una grande opresión; y Jahel también, que concurrió a la victoria; mujeres fuertes y valerosas. Y todas estas historias son expresa figura y testimonio de lo que pasa en la Iglesia. 154. Acabados los Jueces, son los Reyes que pidieron los Israelitas, queriendo ser como las demás gentes en el gobierno. Contienen estos libros grandes misterios de la venida del Mesías. Helí, sacerdote, y Saúl, rey, muertos, dicen la reprobación de la ley vieja. Sadoc y David figuran el nuevo reino y sacerdocio de Jesucristo y la Iglesia con el pequeño número que en ella había de haber en comparación del resto del mundo. Los otros reyes de Israel y Judá y sus cautividades señalan otros grandes misterios de la Iglesia Santa.
155. Entre los tiempos dichos estuvo el pacientísimo del Señor, Job, cuyas palabras son tan misteriosas, que ninguna tiene sin profundos sacramentos de la vida de Cristo nuestro Señor, de la resurrección de los muertos y del último juicio en la misma carne en número que cada uno tiene, de la fuerza y astucia del demonio y sus conflictos. Y sobre todo le puso Dios por un espejo de 29 paciencia a los mortales, para que en él deprendiésemos todos cómo debemos padecer los trabajos después de la muerte de Cristo que tenemos presente, pues antes hubo Santo que a la vista tan de lejos le imitó con tanta paciencia.
156. Pero en los muchos y grandes Profetas que Dios envió a su pueblo en el tiempo de sus reyes, porque entonces más necesitaba de ellos, hay tantos misterios y sacramentos que ninguno dejó el Altísimo de los que pertenecían a la venida del Mesías y su ley que no se lo revelase y declarase; y lo mismo hizo, aunque de más lejos, con los antiguos Padres y Ppatriarcas; y todo era multiplicar retratos y como estampas del Verbo humanado y prevenirle y prepararle pueblo y la Ley que había de enseñar.
157. En los tres grandes patriarcas, Abrahán, Isaac y Jacob, depositó grandes y ricas prendas para poderse llamar Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, queriendo honrarse con este nombre para honrarlos a ellos, manifestando su dignidad y excelentes virtudes y los sacramentos que les había fiado para que diesen nombre a Dios tan honroso. Al Patriarca Abrahán, para hacer aquella representación tan expresa de lo que el eterno Padre había de hacer con su Unigénito, le tentó y probó mandándole sacrificar a Isaac; pero, cuando el obediente padre quiso ejecutar el sacrificio, lo impidió el mismo Señor que lo había mandado, porque sólo para el Eterno Padre se reservase la ejecución de tan heroica obra, sacrificando con efecto a su Unigénito, y sólo en amago se dijese lo había hecho a Abrahán; en que parece fueron los celos del amor divino fuertes como la muerte (Cant., 8, 6), pero no convenía que tan expresa figura quedase imperfecta y así se cumplió sacrificando Abrahán un carnero, que también era figura del Cordero que había de quitar los pecados del mundo (Jn., 1, 29). 30
158. A Jacob le mostró aquella misteriosa escala, llena de sacramentos y sentidos, y el mayor fue representar al Verbo humanado, que es el Camino y Escala por donde subimos al Padre y de Él bajó Su Majestad a nosotros; y por Su medio suben y descienden ángeles que nos ilustran y guardan, llevándonos en sus manos, para que no nos ofendan las piedras (Sal., 90, 12) de los errores, herejías y vicios, de que está sembrado el camino de la vida mortal; y en medio de ellas subamos seguros por esta escala con la fe y esperanza desde esta Iglesia Santa, que es la casa de Dios, donde no hay otra cosa que puerta del cielo (Gén., 28, 17) y santidad.
159. A Moisés, para constituirle Dios de Faraón y Capitán de su pueblo, le mostró aquella zarza mística que sin quemarse ardía, para señalar en profecía la Divinidad encubierta en nuestra humanidad, sin derogar lo humano a lo Divino, ni consumir lo Divino a lo humano. Y junto con este Misterio señalaba también la virginidad perpetua de la Madre del Verbo, no sólo en el cuerpo, sino también en el alma, y que no la mancharía ni ofendería ser hija de Adán y venir vestida y derivada de aquella naturaleza abrasada con la primera culpa.
160. Hizo también a David a la medida de su corazón (1 Sam., 13, 14), con que pudo dignamente cantar las misericordias del Altísimo (Sal., 88, 1), corno lo hizo comprendiendo en sus Salmos todos los sacramentos y misterios, no sólo de la ley de gracia, pero de la escrita y natural. No se caen de la boca los testimonios, los juicios y las obras del Señor, porque también los tenía en el corazón para meditar de día y de noche. Y en perdonar injurias que expresa imagen o figura del que había de perdonar las nuestras; y así le fueron hechas las promesas más claras y firmes de la venida del Redentor del mundo.
31
161.
Salomón, rey pacífico, y en esto figura del verdadero Rey de los reyes, dilató su grande sabiduría en manifestar por diversos modos de Escrituras los misterios y sacramentos de Cristo, especialmente en la metáfora de los Cantares, donde encerró los misterios del Verbo humanado, de su Madre Santísima y de la Iglesia y fieles. Enseñó también la doctrina para las costumbres por diversos modos; y de aquella fuente han bebido las aguas de la verdad y vida otros muchos escritores.
162. Pero ¿quién podrá dignamente engrandecer el beneficio de habernos dado el Señor, por medio de su pueblo, el número loable de los Profetas Santos, donde la Eterna Sabiduría copiosamente derramó la gracia de la profecía, alumbrando a su Iglesia con tantas luces, que desde muy lejos comenzaron a señalarnos el Sol de Justicia y los rayos que había de dar en la Ley de gracia con sus obras? Los dos grandes Profetas, Isaías y Jeremías, fueron escogidos para evangelizarnos alta y dulcemente los misterios de la Encarnación del Verbo, su Nacimiento, Vida y Muerte. Isaías nos prometió que concebiría y pariría una virgen y nos daría un hijo que se llamaría Emanuel y que un pequeñuelo hijo nacería para nosotros y llevaría su imperio sobre su hombro (Is., 7, 14; 9, 6); y todo lo restante de la vida de Cristo lo anunció con tanta claridad, que pareció su Profecía Evangelio. Jeremías dijo la novedad que Dios había de obrar con una mujer que tendría en su vientre un varón (Jer., 31, 22), que sólo podía ser Cristo, Dios y hombre perfecto; anunció su venta, pasión, oprobios y muerte. Suspensa y admirada quedo en la consideración de estos Profetas. Pide Isaías que envíe el Señor el Cordero que ha de señorear al mundo, de la piedra del desierto al monte de la hija de Sión (Is., 16, 1); porque este Cordero, que es el Verbo humanado, en cuanto a la Divinidad estaba en el desierto del Cielo, que faltándole los 32 hombres se llama desierto; y llamándose Piedra por el asiento, firmeza y quietud eterna de que goza. El monte, adonde pide que venga, en lo místico es la Iglesia Santa, y primero María Santísima, hija de la visión de paz, que es Sión; y la interpone el Profeta por Medianera para obligar al Padre Eterno que envíe al Cordero su Unigénito, porque en todo el resto del linaje humano no había quien le pudiese obligar tanto como haber de tener tal Madre que le diese a este Cordero la piel y vellocino de su Humanidad Santísima; y esto es lo que contiene aquella dulcísima oración y profecía de Isaías.
163. Ezequiel vio también a esta Madre Virgen en la figura o metáfora de aquella puerta cerrada (Ez., 44, 2), que para solo el Dios de Israel estaría patente y ningún otro varón entraría por ella. Habacuc contempló a Cristo Señor nuestro en la Cruz y con profundas palabras profetizó los Misterios de la Redención y los admirables efectos de la Pasión y muerte de nuestro Redentor. Joel describe la tierra de los doce tribus, figura de los doce Apóstoles que habían de ser cabezas de todos los hijos de la Iglesia; también anunció la venida del Espíritu Santo sobre los siervos y siervas del Muy Alto, señalando el tiempo de la venida y vida de Cristo. Y todos los demás Profetas por partes la anunciaron, porque todo quiso el Altísimo quedase dicho y profetizado y figurado tan de lejos y tan abundantemente, que todas estas obras admirables pudiesen testificar el amor y cuidado que tuvo Dios para con los hombres y cómo enriqueció a su Iglesia; y asimismo para culpar y reprender nuestra tibieza, pues aquellos Antiguos Padres y Profetas sólo con las sombras y figuras se inflamaron en el Divino amor e hicieron cánticos de alabanza y gloria para el Señor; y nosotros, que tenemos la verdad y el día claro de la gracia, estamos sepultados en el olvido de tantos beneficios, y dejando la luz buscamos las tinieblas. 33 CAPITULO 12 Cómo, habiéndose propagado el linaje humano, crecieron los clamores de los Justos por la venida del Mesías, y también crecieron los pecados, y en esta noche de la antigua ley envió Dios al mundo dos luceros que anunciasen la Ley de Gracia.
164. Dilatóse en gran número la posteridad y linaje de Adán, multiplicándose los justos y los injustos, los clamores de los Santos por el Reparador y los delitos de los pecadores para desmerecer este beneficio. El pueblo del Altísimo y el triunfo del Verbo, que había de humanarse, estaban ya en las últimas disposiciones que la Divina voluntad obraba en ellos para venir el Mesías; porque el reino del pecado en los hijos de perdición había dilatado su malicia casi hasta los últimos términos y había llegado el tiempo oportuno del remedio. Habíase aumentado la corona y méritos de los Justos; y los Profetas y Santos Padres con el júbilo de la Divina luz reconocían que se acercaba la salud y la presencia de su Redentor y multiplicaban sus clamores, pidiendo a Dios se cumpliesen las profecías y promesas hechas a su pueblo; y delante del Trono Real de la Divina Misericordia representaban la prolija y larga noche (Sab., 17, 20) que había corrido en las tinieblas del pecado, desde la creación del primer hombre, y la ceguera de idolatrías en que estaba ofuscado todo el resto del linaje humano.
165. Cuando la antigua serpiente había inficionado con su aliento todo el orbe y, al parecer, gozaba de la pacífica posesión de los mortales; y cuando ellos, desatinando de la luz de la misma razón natural (Rom., 1, 20-22) y de la que por la antigua ley escrita pudieran tener, en lugar de buscar la Divinidad verdadera, fingían muchas falsas y cada cual formaba dios a su gusto, sin 34 advertir que la confusión de tantos dioses, aun para perfección, orden y quietud, era repugnante; cuando con estos errores se habían ya naturalizado la malicia, la ignorancia y el olvido del verdadero Dios y se ignoraba la mortal dolencia y letargo que en el mundo se padecía, sin abrir la boca los míseros dolientes para pedir el remedio; cuando reinaba la soberbia y el número de los necios era sin número (Ecl., 1, 15) y la arrogancia de Lucifer intentaba beberse las aguas puras del Jordán (Job 40, 18); cuando con estas injurias estaba Dios más ofendido y menos obligado de los hombres y el atributo de su justicia tenía tan justificada su causa para aniquilar todo lo criado convirtiéndolo a su antiguo no ser.
166. En esta ocasión —a nuestro entender— convirtió el Altísimo su atención al atributo de su misericordia e inclinó el peso de su incomprensible equidad con la ley de la clemencia; y se quiso dar por más obligado de su misma bondad y de los clamores y servicios de los Justos y Profetas de su pueblo, que desobligarse de la maldad y ofensas de todo el resto de los pecadores; y en aquella noche tan pesada de la ley antigua determinó dar prendas ciertas del día de la gracia, enviando al mundo dos luceros clarísimos que anunciasen la claridad ya vecina del sol de justicia Cristo, nuestra salud. Estos fueron San Joaquín y Ana, prevenidos y criados por la divina Voluntad para que fuesen hechos a medida de su corazón. San Joaquín tenía casa, familia y deudos en Nazaret, pueblo de Galilea, y fue siempre varón justo y santo, ilustrado con especial gracia y luz de lo alto. Tenía inteligencia de muchos misterios de las Escrituras y profetas antiguos y con oración continua y fervorosa pedía a Dios el cumplimiento de sus promesas, y su fe y caridad penetraban los Cielos. Era varón humildísimo y puro, de costumbres santas y suma sinceridad, pero de gran peso y severidad y de incomparable compostura y honestidad. 35
167. La felicísima Santa Ana tenía su casa en Belén, y era doncella castísima, humilde y hermosa y, desde su niñez, santa, compuesta y llena de virtudes. Tuvo también grandes y continuas ilustraciones del Altísimo y siempre ocupaba su interior con altísima contemplación, siendo juntamente muy oficiosa y trabajadora, con que llegó a la plenitud de la perfección de las vidas activa y contemplativa. Tenía noticia infusa de las Escrituras divinas y profunda inteligencia de sus escondidos misterios y sacramentos; y en las virtudes infusas, fe, esperanza y caridad, fue incomparable. Con estos dones prevenida oraba continuamente por la venida del Mesías, y sus ruegos fueron tan aceptos al Señor para acelerar el paso, que singularmente le pudo responder había herido su corazón en uno de sus cabellos (Cant., 4, 9), pues sin duda alguna en apresurar la venida del Verbo tuvieron los merecimientos de Santa Ana altísimo lugar entre los Santos del Viejo Testamento.
168. Hizo también esta mujer fuerte oración fervorosa para que el Altísimo en el estado del matrimonio la diese compañía de esposo que la ayudase a la guarda de la Divina Ley y Testamento Santo y para ser perfecta en la observancia de sus preceptos. Y al mismo tiempo que Santa Ana pedía esto al Señor, ordenó su providencia que San Joaquín hiciese la misma oración, para que juntas fuesen presentadas estas dos peticiones en el Tribunal de la Beatísima Trinidad, donde fueron oídas y despachadas. Y luego por ordenación Divina se dispuso cómo Joaquín y Ana tomasen estado de matrimonio juntos y fuesen padres de la que había de ser Madre del mismo Dios humanado. Y para ejecutar este decreto, fue enviado el Santo Arcángel Gabriel, que se lo manifestase a los dos. A Santa Ana se le apareció corporalmente estando en oración fervorosa pidiendo la venida del Salvador del mundo y el remedio de los hombres; y vio al 36 Santo Príncipe con gran hermosura y refulgencia, que a un mismo tiempo causó en ella alguna turbación y temor con interior júbilo e iluminación de su espíritu. Postróse la Santa con profunda humildad para reverenciar al Embajador del Cielo, pero él la detuvo y confortó, como a depósito que había de ser del arca del verdadero maná, María Santísima, Madre del Verbo eterno; porque ya este Santo Arcángel había conocido este misterio del Señor cuando fue enviado con esta embajada; aunque entonces no lo conocieron los demás Ángeles del Cielo, porque a solo San Gabriel fue hecha esta revelación o iluminación inmediatamente del Señor. Tampoco manifestó el Ángel a Santa Ana este gran sacramento por entonces, mas pidióla atención y la dijo: El Altísimo te dé su bendición, sierva suya, y sea tu salud. Su Alteza ha oído tus peticiones y quiere que perseveres en ellas y clames por la venida del Salvador; y es su voluntad que recibas por esposo a Joaquín, que es varón de corazón recto y agradable a los ojos del Señor, y con su compañía podrás perseverar en la observancia de su Divina Ley y servicio. Continúa tus oraciones y súplicas y de tu parte no hagas otra diligencia; que el mismo Señor ordenará el cómo se ha de ejecutar. Y tú camina por las sendas rectas de la justicia y tu habitación interior siempre sea en las alturas; y pide siempre por la venida del Mesías y alégrate en el Señor que es tu salud.—Con esto desapareció el Ángel, dejándola ilustrada en muchos Misterios de las Escrituras y confortada y renovada en su espíritu.
169. A San Joaquín apareció y habló el Arcángel, no corporalmente como a Santa Ana, pero en sueños apercibió el varón de Dios que le decía estas razones: Joaquín, bendito seas de la Divina diestra del Altísimo, persevera en tus deseos y vive con rectitud y pasos perfectos. Voluntad del Señor es que recibas por tu esposa a Ana, que es alma a quien el Todopoderoso ha 37 dado su bendición. Cuida de ella y estímala como prenda del Altísimo y dale gracias a Su Majestad porque te la ha entregado.—En virtud de estas Divinas embajadas pidió luego Joaquín por esposa a la castísima Ana y se efectuó el casamiento, obedeciendo los dos a la Divina disposición; pero ninguno manifestó al otro el secreto de lo que les había sucedido hasta pasados algunos años, como diré en su lugar (Cf., infra n. 185). Vivieron los dos Santos Esposos en Nazaret, procediendo y caminando por las justificaciones del Señor; y con rectitud y sinceridad dieron el lleno de las virtudes a sus obras y se hicieron muy agradables y aceptos al Altísimo sin reprensión. De las rentas y frutos de su hacienda en cada año hacían tres partes: la primera ofrecían al templo de Jerusalén para el culto del Señor, la segunda distribuían a los pobres, y con la tercera sustentaban su vida y familia decentemente; y Dios les acrecentaba los bienes temporales, porque los expendían con tanta largueza y caridad.
170. Vivían asimismo con inviolable paz y conformidad de ánimos, sin querella y sin rencilla alguna. Y la humildísima Ana vivía en todo sujeta y rendida a la voluntad de Joaquín; y el varón de Dios con la emulación santa de la misma humildad se adelantaba a saber la voluntad de Santa Ana, confiando en ella su corazón (Prov., 31, 11), y no quedando frustrado; con que vivieron en tan perfecta caridad, que en su vida tuvieron diferencia en que el uno dejase de querer lo mismo que quería el otro; mas como congregados en el nombre del Señor (Mt., 18, 20), estaba Su Majestad con su temor santo en medio de ellos. Y el Santo Joaquín cumplió y obedeció el mandamiento del Ángel de que estimase a su esposa y tuviese cuidado de ella.
171. Previno el Señor con bendiciones de dulzura (Sal., 20, 4) a la Santa Matrona Ana, comunicándola altísimos 38 dones de gracia y ciencia infusa, que la dispusiesen para la buena dicha que la aguardaba de ser madre de la que lo había de ser del mismo Señor; y como las obras del Altísimo son perfectas y consumadas, fue consiguiente que la hiciese digna madre de la criatura más pura y que en santidad había de ser inferior a solo Dios y superior a todo lo criado. 172. Pasaron estos santos casados veinte años sin sucesión de hijos; cosa que en aquella edad y pueblo se tenía por más infelicidad y desgracia, a cuya causa padecieron entre sus vecinos y conocidos muchos oprobios y desprecios; que los que no tenían hijos se reputaban como excluidos de tener parte en la venida del Mesías que esperaban. Pero el Altísimo, que por medio de esta humillación los quiso afligir y disponer para la gracia que les prevenía, les dio tolerancia y conformidad para que sembrasen con lágrimas (Sal., 125, 5) y oraciones el dichoso fruto que después habían de coger. Hicieron grandes peticiones de lo profundo de su corazón, teniendo para esto especial mandato de lo alto, y ofrecieron al Señor con voto expreso que, si les daba hijos, consagrarían a su servicio en el templo el fruto que recibiesen de bendición. 173. Y el hacer este ofrecimiento fue por especial impulso del Espíritu Santo, que ordenaba cómo antes de tener ser la que había de ser morada de su unigénito Hijo, fuese ofrecida y como entregada por sus padres al mismo Señor. Porque si antes de conocerla y tratarla no se obligaran con voto particular de ofrecerla al templo, viéndola después tan dulce y agradable criatura no lo pudieran hacer con tanta prontitud por el vehemente amor que la tendrían. Y —a nuestro modo de entender— con este ofrecimiento no sólo satisfacía el Señor a los celos que ya tenía de que su Madre Santísima estuviese 39 por cuenta de otros, pero se entretenía su amor en la dilación de criarla.
174. Habiendo perseverado un año entero después que el Señor se lo mandó en estas fervientes peticiones, sucedió que San Joaquín fue por Divina inspiración y mandato al templo de Jerusalén, a ofrecer oraciones y sacrificios por la venida del Mesías y por el fruto que deseaba; y llegando con otros de su pueblo a ofrecer los comunes dones, y ofrendas en presencia del Sumo Sacerdote, otro inferior, que se llamaba Isacar, reprendió ásperamente al venerable viejo Joaquín porque llegaba a ofrecer con los demás, siendo infecundo; y entre otras razones le dijo: Tú, Joaquín, ¿por qué llegas a ofrecer siendo hombre inútil? Desvíate de los demás y vete, no enojes a Dios con tus ofrendas y sacrificios, que no son gratos a sus ojos.—El Santo varón, avergonzado y confuso, con humilde y amoroso afecto, se convirtió al Señor y le dijo: Altísimo Dios Eterno, con vuestro mandato y voluntad vine al templo; el que está en vuestro lugar me desprecia; mis pecados son los que merecen esta ignominia; pues la recibo por vuestro querer, no despreciéis la hechura de vuestras manos (Sal., 137, 8)— Fuese Joaquín del templo contristado, pero pacífico y sosegado, a una casa de campo o granja que tenía y allí en soledad de algunos días clamó al Señor e hizo oración:
175. Altísimo Dios Eterno, de quien depende todo el ser y el reparo del linaje humano, postrado en vuestra Real presencia os suplico se digne vuestra infinita bondad de mirar la aflicción de mi alma y oír mis peticiones y las de vuestra sierva Ana. A vuestros ojos son manifiestos todos nuestros deseos (Sal., 37, 10) y, si yo no merezco ser oído, no despreciéis a mi humilde esposa. Santo Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, nuestros antiguos Padres, no escondáis vuestra piedad de nosotros, ni permitáis, pues 40 sois Padre, que yo sea de los réprobos y desechados en mis ofrendas como inútil, porque no me dais sucesión. Acordaos, Señor, de los sacrificios y oblaciones de vuestros Siervos y Profetas (Dt., 9, 27), mis Padres antiguos, y tened presentes las obras que en ellos fueron gratas a vuestros Ojos Divinos; y pues me mandáis, Señor mío, que con confianza Os pida como a poderoso y rico en misericordias, concededme lo que por Vos deseo y pido; pues en pediros hago Vuestra Santa Voluntad y obediencia, en que me prometéis mi petición: y si mis culpas detienen vuestras misericordias, apartad de mí lo que os desagrada e impide. Poderoso sois, Señor Dios de Israel, y todo lo que fuere vuestra voluntad podéis obrar sin resistencia (Est., 13, 9). Lleguen a vuestros oídos mis peticiones, que si soy pobre y pequeño, vos sois infinito e inclinado a usar de misericordia con los abatidos. ¿Adonde iré de Vos, que sois el Rey de los reyes, el Señor de los señores y Todopoderoso? A vuestros hijos y siervos habéis llenado, Señor, de dones y bendiciones en sus generaciones; a mí me enseñáis a desear y esperar de Vuestra liberalidad lo que habéis obrado con mis hermanos. Si fuere vuestro beneplácito conceder mi petición, el fruto de sucesión que de vuestra mano recibiere, lo ofreceré y consagraré a vuestro templo santo, para servicio vuestro. Entregado tengo mi corazón y mente a Vuestra voluntad y siempre he deseado apartar mis ojos de la vanidad. Haced de mí lo que fuere Vuestro agrado y alegrad, Señor, nuestro espíritu con el cumplimiento de nuestra esperanza. Mirad desde Vuestro solio al humilde polvo y levantadle, para que os magnifique y adore y en todo se cumpla vuestra voluntad y no la mía.
176. Esta petición hizo Joaquín en su retiro; y en el ínterin el Santo Ángel declaró a Santa Ana cómo sería agradable oración para su alteza que le pidiese sucesión de hijos con el santo afecto e intención que los deseaba. 41 Y habiendo conocido la Santa Matrona ser ésta la Divina voluntad y también la de su esposo Joaquín, con humilde rendimiento y confianza en la presencia del Señor, hizo oración por lo que se le ordenaba y dijo: Dios Altísimo, Señor mío, Criador y Conservador universal de todas las cosas, a quien mi alma reverencia y adora como a Dios verdadero, infinito, santo y eterno; postrada en vuestra real presencia hablaré, aunque sea polvo y ceniza (Gén., 18, 27), manifestando mi necesidad y aflicción. Señor, Dios increado, hacednos dignos de vuestra bendición, dándonos fruto santo que ofrecer a vuestro servicio en vuestro templo (1 Sam., 1, 11). Acordaos, Señor mío, que Ana, sierva vuestra, madre de Samuel, era estéril y con vuestra liberal misericordia recibió el cumplimiento de sus deseos. Yo siento en mi corazón una fuerza que me alienta y anima a pediros hagáis conmigo esta misericordia. Oíd, pues, dulcísimo Señor y Dueño mío, mi petición humilde y acordaos de los servicios, ofrendas y sacrificios de mis antiguos Padres y los favores que obró en ellos el brazo poderoso de Vuestra omnipotencia. Yo, Señor, quisiera ofrecer a Vuestros ojos oblación agradable y aceptable, pero la mayor y la que puedo es mi alma, mis potencias y sentidos que me disteis y todo el ser que tengo; y si mirándome desde vuestro Real Solio me diereis sucesión, desde ahora la consagro y ofrezco para serviros en el templo. Señor Dios de Israel, si fuere voluntad y gusto vuestro mirar a esta vil y pobre criatura y consolar a vuestro siervo Joaquín, concedednos, Señor, esta petición y en todo se cumpla Vuestra voluntad santa y eterna.
177. Estas fueron las peticiones que hicieron los santos Joaquín y Ana; y de la inteligencia que he tenido de ellas y de la santidad incomparable de estos dichosos padres, no puedo por mi gran cortedad e insuficiencia decir todo lo que conozco y siento; ni todo se puede referir, ni es necesario, pues es bastante para mi intento lo dicho; y 42 para hacer altos conceptos de estos Santos, se han de medir y ajustar con el altísimo fin y ministerio para que fueron escogidos de Dios, que era ser abuelos inmediatos de Cristo Señor nuestro y padres de su Madre Santísima. CAPITULO 13 Cómo por el santo arcángel Gabriel fue evangelizada la concepción de María Santísima y cómo previno Dios a Santa Ana para esto con un especial favor.
178. Llegaron las peticiones de los Santos Joaquín y Ana a la presencia y trono de la Beatísima Trinidad, donde, siendo oídas y aceptadas, se les manifestó a los Santos Ángeles la voluntad Divina, como si —a nuestro modo de entender— las tres Divinas Personas hablaran con ellos y les dijeran: Determinado tenemos por Nuestra dignación que la Persona del Verbo tome carne humana y que en ella remedie a todo el linaje de los mortales; y a Nuestros siervos los Profetas lo tenemos manifestado y prometido, para que ellos lo profetizasen al mundo. Los pecados de los vivientes y su malicia es tanta, que nos obligaba a ejecutar el rigor de nuestra justicia; pero nuestra bondad y misericordia excede a todas sus maldades y no pueden ellas extinguir nuestra caridad. Miremos a las obras de nuestras manos, que criamos a nuestra imagen y semejanza para que fueran herederos y partícipes de nuestra eterna gloria (2 Pe., 3, 22). Atendamos a los servicios y agrado que nos han dado nuestros siervos y amigos y a los muchos que se levantarán y que serán grandes en nuestras alabanzas y beneplácito. Y singularmente pongamos delante de nuestros ojos aquella que ha de ser electa entre millares y sobre todas las criaturas ha de ser aceptable y señalada para nuestras delicias y beneplácito y que en sus entrañas ha de recibir a la Persona del Verbo y vestirle de la mortalidad de la carne humana. Y pues ha de tener 43 principio esta obra en que manifestemos al mundo los tesoros de Nuestra Divinidad, ahora es el tiempo aceptable y oportuno para la ejecución de este sacramento. Joaquín y Ana hallaron gracia en Nuestros ojos, porque piadosamente los miramos y prevenimos con la virtud de nuestros dones y gracias. Y en las pruebas de su verdad han sido fieles y con sencilla candidez sus almas se han hecho aceptas y agradables en Nuestra presencia. Vaya Gabriel, Nuestro embajador, y déles nuevas de alegría para ellos y para todo el linaje humano y anuncíeles cómo nuestra dignación los ha mirado y escogido.
179. Conociendo los espíritus celestiales esta voluntad y decreto del Altísimo, el Santo Arcángel Gabriel, adorando y reverenciando a Su Alteza en la forma que lo hacen aquellas purísimas y espirituales sustancias, humillado ante el trono de la Beatísima Trinidad, salió de Él una voz intelectual que le dijo: Gabriel, ilumina, vivifica y consuela a Joaquín y Ana, nuestros siervos, y diles que sus oraciones llegaron a nuestra presencia y sus ruegos son oídos por nuestra clemencia; promételes que recibirán fruto de bendición con el favor de nuestra diestra y que Ana concebirá y parirá una hija a quien le damos por nombre MARÍA.
180. En este mandato del Altísimo le fueron revelados al Arcángel San Gabriel muchos Misterios y sacramentos de los que pertenecían a esta embajada; y con ella descendió al punto del cielo empíreo y se le apareció a San Joaquín, que estaba en oración, y le dijo: Varón justo y recto, el Altísimo desde su Real Trono ha visto tus deseos y oído tus peticiones y gemidos y te hace dichoso en la tierra. Tu esposa Ana concebirá y parirá una hija que será bendita entre las mujeres (Lc., 1, 42) y las naciones la conocerán por Bienaventurada (Mt., 1, 20). El que es Dios eterno, increado y criador de todo, y en sus 44 juicios rectísimo, poderoso y fuerte, me envía a ti, porque le han sido aceptas tus obras y limosnas. Y la caridad ablanda el pecho del Todopoderoso y apresura sus misericordias, que liberal quiere enriquecer tu casa y familia con la hija que concebirá Ana y el mismo Señor la pone por nombre MARÍA. Y desde su niñez ha de ser consagrada a su templo, y en él a Dios, como se lo habéis prometido. Será grande, escogida, poderosa y llena del Espíritu Santo y por la esterilidad de Ana será milagrosa su concepción y la hija será en vida y obras toda prodigiosa. Alaba, Joaquín, al Señor por este beneficio, engrandécele, pues con ninguna nación hizo tal cosa. Subirás a dar gracias al Templo de Jerusalén y, en testimonio de que te anuncio esta verdad y alegre nueva, en la Puerta Áurea encontrarás a tu hermana Ana, que por la misma causa irá al templo. Y te advierto que es maravillosa esta embajada, porque la concepción de esta niña alegrará el cielo y la tierra.
181. Todo esto le sucedió a San Joaquín en un sueño que se le dio en la prolija oración que hizo, para que en él recibiese esta embajada, al modo que sucedió después al Santo José, esposo de María Santísima, cuando se le manifestó ser su preñado por obra del Espíritu Santo (Mt., 1, 20). Despertó el dichosísimo San Joaquín con especial júbilo de su alma y, con prudencia candida y advertida, escondió en su corazón el sacramento del Rey (Tob., 12, 7); y con viva fe y esperanza derramó su espíritu en la presencia del Altísimo y, convertido en ternura y agradecimiento, le dio gracias y alabó sus inescrutables juicios; y para hacerlo mejor, se fue al templo, como se lo habían ordenado.
182. En el mismo tiempo que sucedió esto a San Joaquín, estaba la dichosísima Santa Ana en altísima oración y contemplación, toda elevada en el Señor y en el misterio de la Encarnación que esperaba del Verbo Eterno, de que 45 el mismo Señor le había dado altísimas inteligencias y especialísima luz infusa. Y con profunda humildad y viva fe estaba pidiendo a Su Majestad acelerase la venida del Reparador del linaje humano, y hacía esta oración: Altísimo Rey y Señor de todo lo criado, yo, vil y despreciada criatura, pero hechura de vuestras manos, deseara con dar la vida que de vos, Señor, he recibido obligaros para que Vuestra dignación abreviara el tiempo de nuestra salud. ¡Oh, si Vuestra piedad infinita se inclinase a nuestra necesidad! ¡Oh, si nuestros ojos vieran ya al Reparador y Redentor de los hombres! Acordaos, Señor, de las antiguas misericordias que habéis hecho con vuestro pueblo, prometiéndole vuestro Unigénito, y obligúeos esta determinación de infinita piedad. Llegue ya, llegue este día tan deseado. ¡Es posible que el Altísimo ha de bajar de su Santo Cielo! ¡Es posible que ha de tener Madre en la tierra! ¡Qué mujer será tan dichosa y bienaventurada! ¡Oh, quién pudiera verla! ¡Quién fuera digna de servir a sus siervas! Bienaventuradas las generaciones que la vieren, que podrán postrarse a sus pies y adorarla. ¡Qué dulce será su vista y conversación! Dichosos los ojos que la vieren y los oídos que la oyeren sus palabras y la familia que eligiere el Altísimo para tener Madre en ella. Ejecútese ya, Señor, este decreto, cúmplase ya vuestro divino beneplácito.
183. En esta oración y coloquios estaba ocupada santa Ana después de las inteligencias que había recibido de este inefable misterio y confería todas las razones que quedan dichas con el Santo Ángel de su guarda, que muchas veces, y en esta ocasión con más claridad, se le manifestó. Y ordenó el Altísimo que la embajada de la concepción de su Madre Santísima fuese en algo semejante a la que después se había de hacer de su inefable Encarnación. Porque Santa Ana estaba meditando con humilde fervor en la que había de ser Madre de la Madre del Verbo Encarnado, y la Virgen 46 Santísima hacía los mismos actos y propósitos para la que había de ser Madre de Dios, como en su lugar diré (Cf. p. II n. 117). Y fue uno mismo el Ángel de las dos embajadas, y en forma humana, aunque con más hermosura y misteriosa apariencia se apareció a la Virgen María.
184. Entró el Santo Arcángel Gabriel en forma humana, hermoso y refulgente más que el sol, a la presencia de Santa Ana y díjola: Ana, sierva del Altísimo, Ángel del Consejo de Su Alteza soy, enviado de las alturas por su Divina dignación, que mira a los humildes en la tierra (Sal., 137, 6). Buena es la oración incesante y la confianza humilde. El Señor ha oído tus peticiones, porque está cerca de los que le llaman (Sal., 144, 18) con viva fe y esperanza y aguardan con rendimiento. Y si se dilata el cumplimiento de los clamores y se detiene en conceder las peticiones de los justos, es para mejor disponerlos y más obligarse a darles mucho más de lo que piden y desean. La oración y limosna abren los tesoros del Rey omnipotente (Tob., 12, 8) y le inclinan a ser rico en misericordias con los que le ruegan. Tú y Joaquín habéis pedido fruto de bendición; y el Altísimo ha determinado dárosle admirable y santo y con él enriqueceros de dones celestiales, concediéndoos mucho más de lo que habéis pedido. Porque habiéndoos humillado en pedir, se quiere el Señor engrandecer en concederos vuestras peticiones; que le es muy agradable la criatura cuando humilde y confiada le pide no coartando su infinito poder. Persevera en la oración y pide sin cesar el remedio del linaje humano para obligar al Altísimo. Moisés con oración interminada hizo que venciese el pueblo (Ex., 17, 11). Ester con oración y confianza le alcanzó libertad de la muerte. Judit por la misma oración fue esforzada en obra tan ardua como intentó para defender a Israel; y lo consiguió, siendo mujer flaca y débil. David salió victorioso contra Goliat, porque oró invocando el nombre 47 del Señor. Elías alcanzó fuego del cielo para su sacrificio y con la oración abría y cerraba los cielos. La humildad, la fe y limosnas de Joaquín y las tuyas llegaron al Trono del Altísimo y me envió a mí, Ángel suyo, para que anuncie nuevas de alegría para tu espíritu; porque Su Alteza quiere que seas dichosa y bienaventurada. Elígete por madre de la que ha de engendrar y parir al Unigénito del Padre. Parirás una hija que por Divina ordenación se llamará María. Será bendita entre las mujeres y llena del Espíritu Santo. Será la nube (3 Re., 18, 44) que derramará el rocío del Cielo para refrigerio de los mortales y en ella se cumplirán las profecías de vuestros Antiguos Padres. Será la puerta de la vida y de la salud para los hijos de Adán. Y advierte que a Joaquín le he evangelizado que tendrá una hija que será dichosa y bendita, pero el Señor reservó el sacramento, no manifestándole que había de ser Madre del Mesías. Y por esto debes tú guardar este secreto; y luego irás al Templo a dar gracias al Altísimo, porque tan liberal te ha favorecido su poderosa diestra. Y en la Puerta Áurea encontrarás a Joaquín, donde conferirás estas nuevas. Pero a ti, bendita del Señor, quiere Su Grandeza visitarte y enriquecerte con sus favores más singulares y en soledad te hablará al corazón (Os., 2, 14) y dará origen a la Ley de Gracia, dando ser en tu vientre a la que ha de vestir de carne mortal al inmortal Señor, dándole forma humana; y en esta humanidad unida al Verbo se escribirá con su sangre la verdadera Ley de Misericordia (Heb., 9, 12).
185. Para que el humilde corazón de Santa Ana con esta embajada no desfalleciera en admiración y júbilo de la nueva que le daba el Santo Ángel, fue confortada por el Espíritu Santo su flaqueza; y así la oyó y recibió con dilatación de su ánimo y alegría incomparable. Y luego se levantó y fue al Templo de Jerusalén y topó a San Joaquín, como el Ángel les había dicho a entrambos. Y juntos dieron gracias al Autor de esta maravilla y 48 ofrecieron dones particulares y sacrificios. Fueron de nuevo iluminados de la gracia del Divino Espíritu y, llenos de consolación Divina, se volvieron a su casa, confiriendo los favores que del Altísimo habían recibido y cómo el Santo Arcángel Gabriel a cada uno singularmente les había hablado y prometido de parte del Señor que les daría una hija que fuese muy dichosa y bienaventurada. Y en esta ocasión también se manifestaron el uno al otro cómo el mismo Santo Ángel antes de tomar estado les había mandado que los dos juntos le recibiesen por la voluntad divina, para servirle juntos. Éste secreto habían celado veinte años sin comunicarle uno a otro, hasta que el mismo Ángel les prometió la sucesión de tal hija. Y de nuevo hicieron voto de ofrecerla al Templo y que todos los años en aquel día subirían a él con particulares ofrendas y le gastarían en alabanza y hacimiento de gracias y darían muchas limosnas. Y así lo cumplieron después e hicieron grandes cánticos de loores y alabanzas al Altísimo.
186. Nunca descubrió la prudente matrona Ana el secreto a San Joaquín, ni a otra criatura alguna, de que su hija había de ser Madre del Mesías; ni el santo padre en el discurso de la vida conoció más de que sería grande y misteriosa mujer; pero en los últimos alientos, antes de la muerte, se lo manifestó el Altísimo, como diré en su lugar (Cf. infra n. 669). Y aunque se me ha dado grande inteligencia de las virtudes y santidad de los dos padres de la Reina del cielo, no me detengo más en declarar lo que todos los fieles debemos suponer; y por llegar al principal intento.
187. Hizo Dios un singular favor a Santa Ana. Tuvo una visión o aparecimiento de Su Majestad intelectualmente y por altísimo modo; y comunicándole en él grandes inteligencias y dones de gracias, la dispuso y previno con bendiciones de dulzura (Sal., 20, 4); y purificándola toda, 49 espiritualizó la parte inferior del cuerpo y elevó su alma y espíritu, de suerte que desde aquel día jamás atendió a cosa humana que la impidiese para no tener puesto en Dios todo el afecto de su mente y voluntad, sin perderla jamás de vista. Díjola el Señor en este beneficio: Ana, sierva mía, yo soy Dios de Abrahán, Isaac y Jacob; mi bendición y luz eterna es contigo. Yo formé al hombre para levantarle del polvo y hacerle heredero de mi gloria y participante de mi Divinidad; y aunque en él deposité muchos dones y le puse en lugar y estado muy perfecto, pero oyó a la serpiente y perdiólo todo. Yo de mi beneplácito, olvidando su ingratitud, quiero reparar sus daños y cumplir lo que a mis siervos y profetas tengo prometido de enviarles mi Unigénito y su Redentor. Los cielos están cerrados, los Padres Antiguos detenidos, sin ver mi cara y darles yo el premio que tengo prometido de mi eterna gloria; y la inclinación de mi bondad infinita está como violentada no se comunicando al linaje humano. Quisiera ya usar con él de mi liberal misericordia y darle la persona del Verbo Eterno, para que se haga hombre, naciendo de mujer que sea madre y virgen inmaculada, pura, bendita y santa sobre todas las criaturas; y de esta mi escogida y única (Cant., 6, 8) te hago madre.
188. Los efectos que hicieron estas palabras del Altísimo en el Cándido corazón de Santa Ana, no los puedo yo fácilmente explicar, siendo ella la primera de los nacidos a quien se le reveló el misterio de su Hija Santísima, que sería Madre de Dios y nacería de sus entrañas la elegida para el mayor sacramento del poder Divino. Y convenía así que ella lo conociese, porque la había de parir y criar como pedía este misterio y saber estimar el tesoro que poseía. Oyó con humildad profunda la voz del Muy Alto, y con rendido corazón respondió: Señor, Dios eterno, condición es de vuestra bondad inmensa y obra de vuestro brazo poderoso levantar del polvo al que es 50 pobre y despreciado (Sal., 112, 7). Yo, Señor Altísimo, me reconozco indigna criatura de tales misericordias y beneficios. ¿Qué hará este vil gusanillo en vuestra presencia? Sólo puedo ofreceros en agradecimiento Vuestro mismo ser y grandeza y en sacrificio mi alma y mis potencias. Haced de mí, Señor mío, a Vuestra voluntad, pues toda me dejo en ella. Yo quisiera ser tan dignamente vuestra como pide este favor; pero, ¿qué haré que no merezco ser esclava de la que ha de ser Madre de Vuestro Unigénito e hija mía? Así lo conozco y lo confesaré siempre y de mí que soy pobre; pero a los pies de vuestra grandeza estoy aguardando que uséis conmigo de Vuestra misericordia, pues sois Padre piadoso y Dios omnipotente. Hacedme, Señor, cual me queréis, según la dignidad que me dais.
189. Tuvo en esta visión Santa Ana un éxtasis maravilloso, en que le fueron concedidas altísimas inteligencias de las leyes de la naturaleza, escrita y evangélica; y conoció cómo la Divina naturaleza en el Verbo eterno se había de unir a la nuestra y cómo la humanidad santísima sería levantada al ser de Dios y otros muchos misterios de los que se habían de obrar en la Encarnación del Verbo divino; y con estas ilustraciones y otros divinos dones de gracia la dispuso el Altísimo para la concepción y creación del alma de su Hija Santísima y Madre de Dios. CAPITULO 14 Cómo el Altísimo manifestó a los santos ángeles el tiempo determinado y oportuno de la concepción de María Santísima y los que le señaló para su guarda.
190. En el Tribunal de la voluntad Divina, como en principio inevitable y causa universal de todo lo criado, se decretan y determinan todas las cosas que han de ser, 51 con sus condiciones y circunstancias, sin haber alguna que se olvide, ni tampoco después de determinada la pueda impedir otra potencia criada. Todos los orbes y los moradores que en ellos se contienen dependen de este inefable gobierno, que a todos acude y concurre con las causas naturales, sin haber faltado ni poder faltar un punto a lo necesario. Todo lo hizo Dios y lo sustenta con solo su querer y en Él está el conservar el ser que dio a todas las cosas, o aniquilarlas volviéndolas al no ser de donde las crió. Pero como las crió todas para su gloria y del Verbo Humanado, así desde el principio de la creación fue disponiendo los caminos y abriendo las sendas por donde el mismo Verbo bajase a tomar carne humana y vivir con los hombres; y ellos subiesen a Dios, le conozcan, le teman, le busquen, le sirvan y amen, para alabarle eternamente y gozarle.
191. Admirable ha sido su nombre en la universidad de las tierras (Sal., 8, 11) y engrandecido en la plenitud y congregación de los Santos, con que ordenó y compuso pueblo aceptable (Tit., 2, 14) de quien el Verbo Humanado fuese Cabeza. Y cuando estaba todo en la última y conveniente disposición, en que su Providencia lo había querido poner, y llegando el tiempo por ella determinado para criar la mujer maravillosa vestida del sol (Ap., 12, 1) que apareció en el Cielo, la que había de alegrar y enriquecer la tierra, para formarla en ella decretó la Santísima Trinidad lo que, en mis cortas razones y concepto de lo que he entendido, manifestaré.
192.
Ya queda dicho arriba (Cf. supra n. 34) cómo para Dios no hay pretérito ni futuro, porque todo lo tiene presente en su mente Divina infinita y lo conoce con un acto simplicísimo; pero, reduciéndolo a nuestros términos y modo limitado de entender, consideramos que Su Majestad miró a los decretos que tenía hechos de criar Madre conveniente y digna para que el Verbo se 52 humanase; porque el cumplimiento de sus decretos es inevitable. Y llegando ya el tiempo oportuno y determinado, las tres Divinas Personas en sí mismas dijeron: Tiempo es ya que demos principio a la obra de nuestro beneplácito, y criemos aquella pura criatura y alma que ha de hallar gracia en nuestros ojos sobre todas las demás. Dotémosla de ricos dones y depositemos en ella sola los mayores tesoros de nuestra gracia. Y pues todo el resto de las demás que dimos ser nos han salido ingratas y rebeldes a nuestra voluntad, oponiéndose a Nuestro intento de que se conservasen en el primero y feliz estado en que criamos a los primeros hombres y ellos le impidieron por su culpa, y no es conveniente que en todo Nuestra voluntad quede frustrada, criemos en toda santidad y perfección a esta criatura, en quien no tenga parte el desorden del primer pecado. Criemos un alma de Nuestros deseos un fruto de nuestros atributos, un prodigio de nuestro infinito poder, sin que le ofenda ni la toque la mácula del pecado de Adán. Hagamos una obra que sea objeto de Nuestra omnipotencia y muestra de la perfección que disponíamos para Nuestros hijos y el fin del dictamen que tuvimos en la creación. Y pues han prevaricado todos en la voluntad libre y determinación del primer hombre (Rom., 5, 12), sea esta sola criatura en quien restauremos y ejecutemos lo que, desviándose de nuestro querer, ellos perdieron. Sea única imagen y similitud de Nuestra Divinidad y sea en Nuestra presencia por todas las eternidades complemento de Nuestro beneplácito y agrado. En ella depositaremos todas las prerrogativas y gracias que en Nuestra primer y condicional voluntad destinamos para los ángeles y hombres, si en el primer estado se conservaran. Y si ellos las perdieron, renovémoslas en esta criatura y añadiremos a estos dones otros muchos y no quedará en todo frustrado el decreto que tuvimos, antes mejorado en esta nuestra electa y única (Cant., 6, 8). Y pues determinamos lo más 53 santo y prevenimos lo mejor para las criaturas, y lo más perfecto y loable y ellas lo perdieron, encaminemos el corriente de nuestra bondad para nuestra amada y saquémosla de la ley ordinaria de la formación de todos los mortales, para que en ella no tenga parte la semilla de la serpiente. Yo quiero descender del cielo a sus entrañas y en ellas vestirme con su misma sustancia de la naturaleza humana.
193.
Justo es y debido que la divinidad de bondad infinita se deposite y encubra en materia purísima, limpia y nunca manchada con la culpa. Ni a nuestra equidad y providencia conviene omitir lo más decente, perfecto y santo por lo que es menos, pues a nuestra voluntad no hay resistencia (Est., 13, 9). El Verbo, que se ha de humanar, siendo Redentor y Maestro de los hombres, ha de fundar la Ley perfectísima de la gracia y enseñar en ella a obedecer y honrar al padre y a la madre (Mt., 15, 4) como causas segundas de su ser natural. Esta ley se ha de ejecutar primero honrando el Verbo Divino a la que ha elegido para Madre suya, honrándola y dignificándola con brazo poderoso y previniéndola con lo más admirable, más santo, más excelente de todas las gracias y dones. Y entre ellos será la honra y beneficio más singular no sujetarla a nuestros enemigos ni a su malicia; y así ha de ser libre de la muerte de la culpa.
194. En la tierra ha de tener el Verbo madre sin padre, como en el cielo padre sin madre. Y para que haya debida proporción y consonancia llamando a Dios Padre y a esta mujer Madre, queremos que sea tal que se guarde la correspondencia e igualdad posible entre Dios y la criatura, para que en ningún tiempo el dragón pueda gloriarse fue superior a la mujer a quien obedeció Dios como a verdadera madre. Esta dignidad de ser libre de culpa es debida y correspondiente a la que ha de ser Madre del Verbo y para ella por sí misma más estimable 54 y provechosa, pues mayor bien es ser santa que ser madre sola; pero al ser Madre de Dios le conviene toda la santidad y perfección. Y la carne, humana, de quien ha de tomar forma, ha de estar segregada del pecado; y habiendo de redimir en ella a los pecadores, no ha de redimir a su misma carne como a los demás, pues unida ella con la divinidad ha de ser redentora y por esto de antemano ha de ser preservada, pues ya tenemos previstos y aceptados los infinitos merecimientos del Verbo en esa misma carne y naturaleza. Y queremos que por todas las eternidades sea glorificado el Verbo Encarnado por su tabernáculo y gloriosa habitación de la humanidad que recibió.
195.
Hija ha de ser del primer hombre, pero, en cuanto a la gracia, singular, libre y exenta de su culpa y, en cuanto a lo natural, ha de ser perfectísima y formada con especial providencia. Y porque el Verbo humanado ha de ser maestro de la humildad y santidad y para este fin son medio conveniente los trabajos que ha de padecer, confundiendo la vanidad y falacia engañosa de los mortales, y para sí ha elegido esta herencia por el tesoro más estimable en nuestros ojos, queremos que también le toque esta parte a la que ha de ser Madre suya y que sea única y singular en la paciencia, admirable en el sufrir, y que con su Unigénito ofrezca sacrificio de dolor aceptable a nuestra voluntad y de mayor gloria para ella.
196. Este fue el decreto que las tres Divinas Personas manifestaron a los Santos Ángeles, exaltando la gloria y veneración de sus santísimos, altísimos, investigables juicios. Y como su Divinidad es espejo voluntario que en la misma visión beatífica manifiesta, cuando es servido, nuevos Misterios a los Bienaventurados, hizo ésta demostración nueva de su grandeza, en que viesen el orden admirable y armonía tan consonante de sus obras. Y todo fue consiguiente a lo que dijimos en los capítulos 55 antecedentes (Cf. supra c. 7 y 8) que hizo el Altísimo en la creación de los Ángeles, cuando les propuso habían de reverenciar y conocer por superior al Verbo Humanado y a su Madre Santísima; porque llegado ya el tiempo destinado para la formación de esta Reina, convenía no lo ocultase el Señor que todo lo dispone en medida y peso (Sab., 11, 21). Fuerza es que, con términos humanos y tan limitados como los que yo alcanzo, se oscurezca la inteligencia que me ha dado el Altísimo de tan ocultos Misterios, pero con limitación diré lo que pudiere de lo que manifestó el Señor a los Ángeles en esta ocasión.
197. Ya es llegado el tiempo —añadió Su Majestad— determinado por Nuestra Providencia para sacar a luz la criatura más grata y acepta a nuestros ojos, la restauradora de la primera culpa del linaje humano, la que al dragón ha de quebrantar la cabeza (Gén., 3, 15), la que señaló aquella singular mujer que por señal grande apareció (Ap., 12, 1) en Nuestra presencia y la que vestirá de carne humana al Verbo Eterno. Ya se acercó la hora tan dichosa para los mortales, para franquearles los tesoros de nuestra Divinidad y hacerles con esto patentes las puertas del Cielo. Deténgase ya el rigor de Nuestra justicia en los castigos que hasta ahora ha ejecutado con los hombres y conózcase el de Nuestra Misericordia, enriqueciendo a las criaturas, mereciéndoles el Verbo Humanado las riquezas de la gracia y gloria eterna. 198. Tenga ya el linaje humano reparador, maestro, medianero, hermano y amigo, que sea vida para los muertos, salud para los enfermos, consuelo para los tristes, refrigerio para los afligidos, descanso y compañero para los atribulados. Cúmplanse ya las profecías de nuestros siervos y las promesas que les hicimos de enviarles Salvador que les redimiese. Y para que todo se ejecute a Nuestro beneplácito y demos 56 principio al sacramento escondido desde la constitución del mundo, elegimos para la formación de María Nuestra querida el vientre de nuestra sierva Ana, para que en él sea concebida y sea criada su alma dichosísima. Y aunque su generación y formación han de ser por el común orden de la natural propagación, pero con diferente orden de gracia, según la disposición de nuestro inmenso poder.
199. Ya sabéis cómo la antigua serpiente, después de la señal que vio de esta maravillosa Mujer, las anda rodeando a todas; y desde la primera que criamos, persigue con astucia y asechanzas a las que conoce más perfectas en su vida y obras, pretendiendo topar entre todas a la que ha de hollar y quebrantar su cabeza. Y cuando atento a esta purísima e inculpable criatura la reconociere tan santa, pondrá todo su esfuerzo en perseguirla según el concepto que de ella hiciere. La soberbia de este dragón será mayor que su fortaleza (Is., 16, 6), pero Nuestra voluntad es que de esta Nuestra Ciudad Santa y Tabernáculo del Verbo Humanado tengáis especial cuidado y protección, para guardarla, asistirla y defenderla de nuestros enemigos y para iluminarla, confortarla y consolarla con digno cuidado y reverencia mientras fuere viadora entre los mortales.
200. A esta proposición que hizo el Altísimo a los Santos Ángeles, todos con humildad profunda, como postrados ante el Real Trono de la Santísima Trinidad, se mostraron rendidos y prontos a su Divino mandato. Y cada cual con santa emulación deseaba ser enviado y se ofrecía a tan feliz ministerio y todos hicieron al Altísimo himnos de alabanza y cantar nuevo, porque llegaba ya la hora en que veían el cumplimiento de lo que con ardentísimos deseos habían por muchos siglos suplicado. Conocí en esta ocasión que, desde aquella batalla grande que San Miguel tuvo en el Cielo con el dragón y sus aliados y 57 fueron arrojados a las tinieblas sempiternas, quedando los ejércitos de San Miguel victoriosos y confirmados en gracia y gloria, comenzaron luego estos santos espíritus a pedir la ejecución de los misterios de la Encarnación del Verbo que allí conocieron; y en estas peticiones repetidas perseveraron hasta la hora que les manifestó Dios el cumplimiento de sus deseos y peticiones.
201. Por esta razón los espíritus celestiales con esta nueva revelación recibieron nuevo júbilo y gloria accidental y dijeron al Señor: Altísimo e incomprensible Señor y Dios nuestro, digno eres de toda reverencia, alabanza y gloria eterna; y nosotros somos tus criaturas criadas por tu Divina voluntad. Envíanos, Señor poderosísimo, a la ejecución de tus maravillosas obras y Misterios, para que en todos y en todo se cumpla tu justísimo beneplácito. Con estos efectos se reconocían los celestiales príncipes por inferiores y, si posible fuera, deseaban ser más puros y perfectos para ser dignos de guardarla y servirla.
202. Determinó luego el Altísimo y señaló quiénes habían de ocuparse en tan alto ministerio y de los nueve coros eligió de cada uno ciento, que son novecientos. Y luego señaló otros doce para que más de ordinario la asistiesen en forma corporal y visible; y tenían señales o divisas de la redención; y éstos son los doce que refiere el capítulo 21 del Apocalipsis (Ap., 21, 12) que guardaban las puertas de la ciudad, y de ellos hablaré en la declaración de aquel capítulo que pondré adelante (Cf. infra n. 273). Fuera de éstos señaló el Señor otros diez y ocho Ángeles de los más superiores, para que subiesen y descendiesen por esta escala mística de Jacob con embajadas de la Reina a Su Alteza y del mismo Señor a ella; porque muchas veces los enviaba al eterno Padre para ser gobernada en todas sus acciones por el Espíritu Santo, pues ninguna hizo sin su Divino beneplácito y aun en las 58 cosas pequeñas le procuraba saber. Y cuando con especial ilustración no era enseñada, enviaba con estos Santos Ángeles a representar al Señor su duda y deseo de hacer lo más agradable a su voluntad santísima y saber qué la mandaba, como en el discurso de esta Historia diremos.
203. Sobre todos estos Santos Ángeles señaló y nombró el Altísimo otros setenta serafines de los más supremos y allegados al Trono de la Divinidad, para que confiriesen con la Princesa del Cielo y la comunicasen, por el mismo modo que ellos mismos entre sí comunican y hablan y los superiores iluminan a los inferiores. Y este beneficio le fue concedido a la Madre de Dios, aunque era superior en la dignidad y gracia a todos los serafines, porque era viadora y en naturaleza inferior. Y cuando alguna vez se le ausentaba y escondía el Señor, como adelante veremos (Cf. infra n. 678 y 728), estos setenta serafines la ilustraban y consolaban y con ellos confería los afectos de su ardentísimo amor y sus ansias por el tesoro escondido. El número de setenta en este beneficio tuvo correspondencia a los años de su vida santísima, que fueron no sesenta, sino setenta, como diré en su lugar (Cf. p. III n. 742). En este número se encierran aquellos sesenta fuertes que, en el capítulo 3 de los Cantares (Cant., 3, 7), se dice guardaban el tálamo o lecho de Salomón, escogidos de los más valientes de Israel, ejercitados en la guerra, con espadas ceñidas por los temores de la noche.
204. Estos príncipes y capitanes esforzados fueron señalados para guarda de la Reina del Cielo entre los más supremos de los órdenes jerárquicos; porque, en aquella antigua batalla que hubo en el Cielo entre los espíritus humildes contra el soberbio dragón, fueron como señalados y armados caballeros por el Supremo Rey de todo lo criado, para que con la espada de su 59 virtud y palabra Divina peleasen y venciesen a Lucifer con todos los apostatas que le siguieron. Y porque en esta gran pelea y victoria se aventajaron estos supremos Serafines en el celo de la honra del Altísimo, como capitanes esforzados y diestros en el amor divino, y estas armas de la gracia les fueron dadas por virtud del Verbo humanado, cuya honra, como de su Cabeza y Señor, defendieron, y con ella juntamente la de su Madre Santísima, por esto dice que guardaban el tálamo de Salomón y le hacían escolta y que tenían ceñidas sus espadas en aquella parte que significa la humana generación (Cant., 3, 8), y en ella la humanidad de Cristo Señor nuestro concebida en el tálamo virginal de María de su purísima sangre y sustancia. 205. Los otros diez Serafines que restan para cumplir el número de setenta, fueron también de los superiores de aquel primer orden que contra la antigua serpiente manifestaron más reverencia de la divinidad y humanidad del Verbo y de su Madre santísima; que para todo esto hubo lugar en aquel breve conflicto de los Santos Ángeles. Y a los principales caudillos que allí hubo se les dio como por especial honra que lo fuesen también de los que guardaban a su Reina y Señora. Y todos ellos juntos hacen número de mil ángeles, entre serafines y los demás de los órdenes inferiores; con que esta ciudad de Dios quedaba superabundantemente guarnecida contra los ejércitos infernales.
206. Y para disponer mejor este invencible escuadrón fue señalado por su cabeza el príncipe de la milicia celestial San Miguel, que si bien no asistía siempre con la Reina, pero muchas veces la acompañaba y se le manifestaba. Y el Altísimo le destinó para que en algunos Misterios, como especial embajador de Cristo Señor nuestro, atendiese a la guarda de su Madre Santísima. Fue asimismo señalado el Santo Príncipe Gabriel, para 60 que del Eterno Padre descendiese a las legacías y ministerios que tocasen a la Princesa del Cielo. Y esto fue lo que ordenó la Santísima Trinidad para su ordinaria defensa y custodia.
207. Todo este nombramiento fue gracia del Altísimo; pero tuve inteligencia que guardó en él algún orden de justicia distributiva, porque su equidad y providencia tuvo atención a las obras y voluntad con que los Santos Ángeles admitieron los Misterios que en el principio les fueron revelados de la Encarnación del Verbo y de su Madre Santísima; porque en obsequio de la Divina voluntad unos se movieron con diferentes afectos e inclinaciones que otros a los sacramentos que se les propusieron. Y no en todos fue una misma la gracia, ni la voluntad y sus afectos; antes unos se inclinaron con especial devoción, conociendo la unión de las dos naturalezas Divina y humana en la Persona del Verbo, encubierta en los términos de un cuerpo humano y levantada a ser cabeza de todo lo criado; otros con este afecto se movían de admiración de que el Unigénito del Padre se hiciese pasible y tuviese, tanto amor a los hombres que se ofreciese a morir por ellos; otros se señalaban en la alabanza de que hubiese de criar un alma y cuerpo de tan suprema excelencia, que fuese sobre todos los espíritus celestiales, y de ella tomase carne humana el Criador de todos. Según estos movimientos y en su correspondencia, y como en premio accidental, fueron señalados los Santos Ángeles para los Misterios de Cristo y de su Purísima Madre, como serán premiados los que en esta vida se señalan con alguna virtud, como los doctores y vírgenes, etc., con sus laureolas.
208. Por esta correspondencia, cuando a la Madre de Dios se le manifestaban corporalmente estos Santos Príncipes, como diré adelante , descubrían unas divisas y 61 veneras que representaban unos de la Encarnación, otros de la Pasión de Cristo Señor nuestro, otros de la misma Reina y de su grandeza y dignidad; aunque no luego la conoció cuando comenzaron a manifestársele, porque el Altísimo mandó a todos estos Santos Ángeles que no la declarasen había de ser Madre de su Unigénito hasta el tiempo destinado por su Divina sabiduría, pero que siempre tratasen con ella de estos sacramentos y misterios de la encarnación y redención humana, para fervorizarla y moverla a sus peticiones. Tardas son las lenguas humanas y cortos mis términos y palabras para manifestar tan alta luz e inteligencias. CAPITULO 15 De la Concepción Inmaculada de María Madre de Dios por la virtud del poder divino.
209. Prevenidas tenía la Divina sabiduría todas las cosas, para sacar en limpio del borrón de toda la naturaleza a la Madre de la gracia. Estaba ya junta y cumplida la congregación y número de los Patriarcas antiguos y Profetas y levantados los altos montes sobre quien se debía edificar esta ciudad mística de Dios (Sal., 86, 1-3). Habíale señalado con el poder de su diestra incomparables tesoros de su Divinidad para dotarla y enriquecerla. Teníale mil Ángeles aprestados para su guarnición y custodia y que la sirviesen como vasallos fidelísimos a su Reina y Señora. Preparóle un linaje real y nobilísimo de quien descendiese; y escogióle padres santísimos y perfectísimos de quien inmediatamente naciese, sin haber otros más santos en aquel siglo; que si los hubiera, y fueran mejores y más idóneos para padres de la que el mismo Dios elegía por Madre, los escogiera el Todopoderoso. 62
210. Dispúsolos con abundante gracia y bendiciones de su diestra y los enriqueció con todo género de virtudes y con iluminación de la Divina ciencia y dones del Espíritu Santo. Tenían los padres de edad, cuando se casaron, santa Ana veinte y cuatro años y Joaquín cuarenta y seis. Pasaron se veinte años después del matrimonio sin tener hijos y así tenía la madre, al tiempo de la concepción de la hija, cuarenta y cuatro años, y el padre sesenta y seis. Y aunque fue por el orden común de las demás concepciones, pero la virtud del Altísimo le quitó lo imperfecto y desordenado y le dejó lo necesario y preciso de la naturaleza, para que se administrase la materia debida de que se había de formar el cuerpo más excelente que hubo ni ha de haber en pura criatura.
211. Puso Dios término a la naturaleza en los padres y la gracia previno que no hubiese culpa ni imperfección, pero virtud y merecimiento y toda medida en el modo; que siendo natural y común, fue gobernado, corregido y perfeccionado con la fuerza de la divina gracia, para que ella hiciese su efecto sin estorbo de la naturaleza. Y en la santísima Ana resplandeció más la virtud de lo alto por la esterilidad natural que tenía; con lo cual de su parte el concurso fue milagroso en el modo y en la sustancia más puro; y sin milagro no podía concebir, porque la concepción que se hace sin él y por sola natural virtud y orden, no ha de tener recurso ni dependencia inmediata de otra causa sobrenatural, más que de sola la de los padres, que así como concurren naturalmente al efecto de la propagación, así también administran la materia y concurso con imperfección y sin medida.
212. Pero en esta concepción, aunque el padre no era naturalmente infecundo, por la edad y templanza estaba ya la naturaleza corregida y casi atenuada; y así fue por la divina virtud animada y reparada y prevenida, de suerte que pudo obrar y obró de su parte con toda 63 perfección y tasa de las potencias y proporcionadamente a la esterilidad de la madre. Y en entrambos concurrieron la naturaleza y la gracia: aquélla cortés, medida, y sólo en lo preciso e inexcusable, y ésta superabundante, poderosa y excesiva, para absorber a la misma naturaleza no confundiéndola, pero realzándola y mejorándola con modo milagroso, de suerte que se conociese cómo la gracia había tomado por su cuenta esta concepción, sirviéndose de la naturaleza lo que bastaba para que esta inefable hija tuviese padres naturales.
213. Y el modo de reparar la esterilidad de la santísima madre Ana, no fue restituyéndole el natural temperamento que le faltaba a la potencia natural para concebir, para que así restituido concibiese como las demás mujeres sin diferencia; pero el Señor concurrió con la potencia estéril con otro modo más milagroso, para que administrase materia natural de que se formase el cuerpo. Y así la potencia y la materia fueron naturales; pero el modo de moverse fue por milagroso concurso de la virtud divina. Y cesando el milagro de esta admirable concepción, se quedó la madre en su antigua esterilidad para no concebir más, por no habérsele quitado ni añadido nueva calidad al temperamento natural. Este milagro me parece se entenderá con el que hizo Cristo Señor nuestro cuando San Pedro anduvo sobre las aguas (Mt., 14, 29), que para sustentarlo no fue necesario endurecerlas ni convertirlas en cristal o hielo sobre que anduviese naturalmente, y pudieran andar otros sin milagro más del que se hiciera en endurecerlas; pero sin convertirlas en duro hielo, pudo el Señor hacer que sustentasen al cuerpo del Apóstol concurriendo con ellas milagrosamente, de suerte que pasado el milagro se hallaron las aguas líquidas; y aun lo estaban también mientras San Pedro corría por ellas, pues comenzó a 64 zozobrar y a anegarse; y sin alterarlas con nueva calidad se hizo el milagro.
214. Muy semejante a éste, aunque mucho más admirable, fue el milagro de concebir Ana, madre de María Santísima; y así estuvieron en esto sus padres gobernados con la gracia, tan abstraídos de la concupiscencia y delectación, que le faltó aquí a la culpa original el accidente imperfecto que de ordinario acompaña a la materia o instrumento con que se comunica. Quedó sólo la materia desnuda de imperfección, siendo la acción meritoria. Y así por esta parte pudo muy bien no resultar el pecado en esta concepción, teniéndolo por otra la Divina Providencia así determinado. Y este milagro reservó el Altísimo para sola aquella que había de ser su Madre dignamente; porque siendo conveniente que en lo sustancial de su concepción fuese engendrada por el orden que los demás hijos de Adán, fue también convenientísimo y debido que, salvando la naturaleza, concurriese con ella la gracia en toda su virtud y poder; señalándose y obrando en ella sobre todos los hijos de Adán, y sobre el mismo Adán y Eva, que dieron principio a la corrupción de la naturaleza y su desordenada concupiscencia.
215. En esta formación del cuerpo purísimo de María anduvo tan vigilante —a nuestro modo de entender— la sabiduría y poder del Altísimo, que le compuso con gran peso y medida en la cantidad y calidades de los cuatro humores naturales, sanguíneo, melancólico, flemático y colérico; para que con la proporción perfectísima de esta mezcla y compostura ayudase sin impedimento las operaciones del alma tan santa como le había de animar y dar vida. Y este milagroso temperamento fue después como principio y causa en su género para la serenidad y paz que conservaron las potencias de la Reina del Cielo toda su vida, sin que alguno de estos humores le hiciese 65 guerra ni contradicción, ni predominase a los otros, antes bien se ayudaban y servían recíprocamente para conservarse en aquella bien ordenada fábrica sin corrupción ni putrefacción; porque jamás la padeció el cuerpo de María Santísima ni le faltó ni le sobró cosa alguna, pero todas las calidades y cantidad tuvo siempre ajustadas en proporción, sin más ni menos sequedad o humedad de la necesaria para la conservación, ni más calor de lo que bastaba para la defensa y decocción, ni más frialdad de la que se pedía para refrigerar y ventilarse los demás humores.
216. Y no porque en todo era este cuerpo de tan admirable compostura dejó de sentir la contrariedad de las inclemencias del calor, frío y las demás influencias de los astros, antes bien cuanto era más medido y perfecto tanto le ofendía más cualquier extremo por la parte que tiene menos del otro contrario con que defenderse; aunque en tan atemperada complexión los contrarios hallaban menos que alterar y en que obrar, pero por la delicadeza era lo poco más sensible que en otros cuerpos lo mucho. No era aquel milagroso cuerpo que se formaba en el vientre de Santa Ana capaz de dones espirituales antes de tener alma, mas éralo de los dones naturales; y éstos le fueron concedidos por orden y virtud sobrenatural con tales condiciones como convenían para el fin de la gracia singular a que se ordenaba aquella formación sobre todo orden de naturaleza y gracia. Y así le fue dada una complexión y potencias tan excelentes, que no podía llegar a formar otras semejantes toda la naturaleza por sí sola.
217. Y como a nuestros primeros padres Adán y Eva los formó la mano del Señor con aquellas condiciones que convenían para la justicia original y estado de la inocencia, y en este grado salieron aún más mejorados que sus descendientes si los tuvieran —porque las obras 66 del Señor sólo son más perfectas—, a este modo obró su omnipotencia, aunque en más superior y excelente modo, en la formación del cuerpo virginal de María Santísima; y tanto con mayor providencia y abundante gracia, cuanto excedía esta criatura no sólo a los primeros padres que habían de pecar luego, pero a todo el resto de las criaturas corporales y espirituales. Y —a nuestro modo de entender— puso Dios más cuidado en sólo componer aquel cuerpecito de su Madre, que en todos los orbes celestiales y cuanto se encierra en ellos. Y con esta regla se han de comenzar a medir los dones y privilegios de esta Ciudad de Dios, desde las primeras zanjas y fundamentos sobre que se levantó su grandeza hasta llegar a ser inmediata y la más vecina a la infinidad del Altísimo.
218. Tan lejos como esto se halló el pecado, y el fomes de que resulta, en esta milagrosa concepción; pues no sólo no le hubo en la autora de la gracia, siempre señalada y tratada como con esta dignidad, pero aun en sus padres para concebirla estuvo enfrenado y atado, para que no se desmandase y perturbase a la naturaleza, que en aquella obra se reconocía inferior a la gracia y sólo servía de instrumento al supremo Artífice, que es superior a las leyes de naturaleza y gracia. Y desde aquel punto comenzaba ya a destruir al pecado y a minar y batir el castillo del fuerte armado (Lc., 11, 21), para derribarle y despojarle de lo que tiránicamente poseía.
220. Y el sábado, se hizo concepción, criando el Altísimo el alma de su Madre e infundiéndola en su cuerpo; con que entró en el mundo la pura criatura más santa, perfecta y agradable a sus ojos de cuantas ha criado y criará hasta el fin del mundo ni por sus eternidades. En la correspondencia que tuvo esta obra con la que hizo Dios criando todo el resto del mundo en 67 siete días, como lo refiere el Génesis (Gén., 1, 1-31; 2, 1- 3), tuvo el Señor misteriosa atención, pues aquí sin duda descansó con la verdad de aquella figura, habiendo criado la suprema criatura de todas, dando con ella principio a la obra de la Encarnación del Verbo divino y a la Redención del linaje humano. Y así fue para Dios este día como festivo y de pascua, y también para todas las criaturas.
221. Por este misterio de la Concepción de María Santísima ha ordenado el Espíritu Santo que el día del sábado fuese consagrado a la Virgen en la Santa Iglesia, como día en que se le hizo para ella el mayor beneficio, criando su alma santísima y uniéndola con su cuerpo, sin que resultase el pecado original ni efecto suyo. Y al instante de la creación e infusión del alma de María Santísima, fue cuando la Beatísima Trinidad dijo aquellas palabras con mayor afecto de amor que cuando las refiere Moisés (Gén., 1, 26): Hagamos a María a Nuestra imagen y semejanza, a Nuestra verdadera Hija y Esposa para Madre del Unigénito de la sustancia del Padre.
222. Con la fuerza de esta divina palabra y del amor con que procedió de la boca del Omnipotente, fue criada e infundida en el cuerpo de María Santísima su alma dichosísima, llenándola al mismo instante de gracia y dones sobre los más altos serafines del cielo, sin haber instante en que se hallase desnuda ni privada de la luz, amistad y amor de su Criador, ni pudiese tocarle la mancha y oscuridad del pecado original, antes en perfectísima y suprema justicia a la que tuvieron Adán y Eva en su creación. Fuele también concedido el uso de la razón perfectísimo y correspondiente a los dones de la gracia que recibía, no para estar sólo un instante ociosos, mas para obrar admirables efectos de sumo agrado para su Hacedor. En la inteligencia y luz de este gran misterio me confieso absorta y que mi corazón, por mi 68 insuficiencia para explicarle, se convierte en afectos de admiración y alabanza, porque mi lengua enmudece. Miro la verdadera arca del testamento, fabricada y enriquecida y colocada en el templo de una madre estéril con más gloria que la figurativa en casa de Obededón (Sam., 6, 11) y de David y en el templo de Salomón (3 Re., 8, 1ss); veo formado el altar en el Sancta Sanctorum ( Ib., 6), donde se ha de ofrecer el primer sacrificio que ha de vencer y aplacar a Dios; y veo salir de su orden a la naturaleza para ser ordenada y que se establecen nuevas leyes contra el pecado, no guardando las comunes, ni de la culpa, ni de la naturaleza, ni de la misma gracia, y que se comienzan a formar otra nueva tierra y cielos nuevos (Is., 65, 17), siendo el primero el vientre de una humildísima mujer, a quien atiende la Santísima Trinidad y asisten innumerables cortesanos del antiguo cielo y se destinan mil Ángeles para hacer custodia del tesoro de un cuerpecito animado de la cantidad de una abejita. 223. Y en esta nueva creación se oyó resonar con mayor fuerza aquella voz de su Hacedor que, de la obra de su omnipotencia agradado, dice que es muy buena (Gén., 1, 31). Llegue con humildad piadosa la flaqueza humana a esta maravilla y confiese la grandeza del Criador y agradezca el nuevo beneficio concedido a todo el linaje humano en su Reparadora. Y cesen ya los indiscretos celos y porfías, vencidas con la fuerza de la luz Divina; porque si la bondad infinita de Dios —como se me ha mostrado— en la Concepción de su Madre Santísima miró al pecado original como airado y enojado con él, gloriándose de tener justa causa y ocasión oportuna para arrojarlo y atajar su corriente ¿cómo a la ignorancia humana le puede parecer bien lo que a Dios fue tan aborrecible? 69
224. Al tiempo de infundirse el alma en el cuerpo de esta divina Señora, quiso el Altísimo que su madre santa Ana sintiese y reconociese la presencia de la Divinidad por modo altísimo, con que fue llena del Espíritu Santo y movida interiormente con tanto júbilo y devoción sobre sus fuerzas ordinarias, que fue arrebatada en un éxtasis soberano, donde fue ilustrada con altísimas inteligencias de muy escondidos misterios y alabó al Señor con nuevos cánticos de alegría. Y estos efectos le duraron todo el tiempo restante de su vida, pero fueron mayores en los nueve meses que tuvo en su vientre el tesoro del cielo, porque en este tiempo se le renovaron y repitieron estos beneficios más continuamente, con inteligencia de las Escrituras Divinas y de sus profundos sacramentos. ¡Oh dichosísima mujer, llámente bienaventurada y alábente todas las naciones y generaciones del orbe! CAPITULO 16 De los hábitos, de las virtudes con que dotó el Altísimo el alma de María Santísima y las primeras operaciones que con ellas tuvo en el vientre de Santa Ana; y comienza Su Majestad misma a darme la doctrina para su imitación.
225. El impetuoso corriente de su Divinidad encaminó Dios a letificar esta Mística Ciudad (Sal., 45, 5) del alma santísima de María, tomando su corrida desde la fuente de su infinita sabiduría y bondad, con que y donde había determinado el Altísimo depositar en esta divina Señora los mayores tesoros de gracias y virtudes que jamás se vieron y eternamente no se darán a otra alguna criatura. Y cuando llegó la hora de dárselos en posesión, que fue al mismo instante que tuvo el ser natural, cumplió el Omnipotente a su satisfacción y gusto el deseo que desde su eternidad tenía como suspendido hasta que llegase el tiempo oportuno de desempeñarse de su 70 mismo afecto. Hízolo este fidelísimo Señor, derramando todas las gracias y dones en aquella lma santísima de María en el instante de su concepción en tan eminente grado, cual ninguno de los santos ni todos juntos pudieron alcanzar, ni con la lengua humana se puede manifestar.
226. Pero aunque fue adornada entonces, como esposa que descendía del cielo (Ap., 21, 2), con todo género de hábitos infusos, no fue necesario que luego los ejercitase todos, mas de sólo aquellos que podía y convenían al estado que tenía en el vientre de su Madre. En primer lugar fueron las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, que tienen por objeto a Dios. Estas ejercitó luego, conociendo la divinidad por altísimo modo de la fe, con todas las perfecciones y atributos infinitos que tiene, con la Trinidad y distinción de las personas; y no impidió este conocimiento a otro que se le dio del mismo Dios, como luego diré (Cf. infra n. 488-504). Ejercitó también la virtud de la esperanza, que mira a Dios como objeto de la bienaventuranza y último fin, adonde luego se levantó y encaminó aquella alma santísima por intensísimos deseos de unirse con Él, sin haberse convertido a otro, ni estar sólo un instante sin este movimiento. La tercera, virtud de la caridad, que mira a Dios como infinito y sumo bien, ejercitó en el mismo instante con tal intensión y aprecio de la divinidad, que no podrán llegar todos los Serafines a tan eminente grado en su mayor fuerza y virtud.
227. Las otras virtudes, que adornan y perfeccionan la parte racional de la criatura, tuvo en el grado correspondiente a las teologales; y las virtudes morales y naturales en grado milagroso y sobrenatural; y mucho más altamente tuvieron este grado en el orden de la gracia los dones del Espíritu Santo y frutos. Tuvo ciencia infusa y hábitos de todas ellas y de las artes naturales, 71 con que conoció y supo todo lo natural y sobrenatural que convino a la grandeza de Dios; de suerte que, desde el primer instante en el vientre de su Madre, fue más sabia, más prudente, más ilustrada y capaz de Dios y de todas sus obras, que todas las criaturas, fuera de su Hijo Santísimo, han sido ni serán eternamente. Y esta perfección consistió no sólo en los hábitos que le fueron infusos en tan alto grado, pero en los actos que les correspondían según su condición y excelencia y según en aquel instante los pudo ejercer con el poder Divino; que para esto ni tuvo límite, ni se sujetó a otra ley más de a su divino y justísimo beneplácito.
228. Y porque de todas estas virtudes y gracias y de sus operaciones, se dirá mucho en el discurso de esta Historia de la vida santísima de María, sólo expresaré aquí algo de lo que obró en el instante de su concepción, con los hábitos que se le infundieron y luz actual que con ellos recibió. Con los actos de las virtudes teologales, como he dicho, y la virtud de la religión y las demás cardinales que a éstas siguen, conoció a Dios como en sí es y como a Criador y Glorificador; y con heroicos actos le reverenció, alabó y dio gracias porque la había criado, y le amó, temió y adoró, y le hizo sacrificio de magnificencia, alabanza y gloria por su ser inmutable. Conoció los dones que recibía, aunque con profunda humildad y postraciones corporales que luego hizo en el vientre de su Madre y con aquel cuerpecito tan pequeño. Y con estos actos mereció más en aquel estado que todos los santos en el supremo de su perfección y santidad.
229. Sobre los actos de la fe infusa tuvo otra noticia y conocimiento del Misterio de la Divinidad y Santísima Trinidad. Y aunque no la vio intuitivamente en aquel instante de su concepción como bienaventurada, pero viola abstractivamente con otra luz y vista inferior a la visión beatífica, pero superior a todos los otros modos con 72 que Dios se puede manifestar o se manifiesta al entendimiento criado; porque le fueron dadas unas especies de la Divinidad tan claras y manifiestas, que en ellas conoció el ser inmutable de Dios y en Él a todas las criaturas, con mayor luz y evidencia que ninguna otra criatura se conoce por otra. Y fueron estas especies como un espejo clarísimo en que resplandecía toda la Divinidad y en ella las criaturas; y así las vio y conoció todas en Dios con esta luz y especies de la Divina naturaleza, con mayor distinción y claridad que por otras especies y ciencia infusa las conocía en sí mismas.
230. Y por todos estos modos le fueron luego patentes, desde el instante de su concepción, todos los hombres y los ángeles con sus órdenes, dignidad y operaciones y todas las criaturas irracionales con sus naturalezas y condiciones. Y conoció la creación, estado y ruina de los ángeles; la justificación y gloria de los buenos y la caída y castigo de los malos; el estado primero de Adán y Eva con su inocencia; el engaño y la culpa y la miseria en que por ella quedaron los primeros padres, y por ellos todo el linaje humano; la determinación de la Divina voluntad para su reparo, y cómo se iba ya acercando y disponiendo el orden y naturaleza de los cielos, astros y planetas, la condición y disposición de los elementos; el purgatorio, limbo e infierno; y cómo todas estas cosas, y las que dentro de sí encierran, habían sido criadas por el poder divino y por él mismo eran mantenidas y conservadas sólo por su bondad infinita, sin tener de ellas alguna necesidad (2 Mac., 14, 35). Y sobre todo entendió muy altos sacramentos sobre el misterio que Dios había de obrar haciéndose hombre para redimir a todo el linaje humano, habiendo dejado a los malos ángeles sin este remedio.
231. Por todas estas maravillas que fue conociendo por su orden aquella alma santísima de María, en el instante 73 que fue unida con su cuerpo, fue también obrando heroicos actos de las virtudes con incomparable admiración, alabanza, gloria, adoración, humillación, amor de Dios y dolor de los pecados cometidos contra aquel Sumo Bien que reconocía por autor y fin de tantas obras admirables. Ofrecióse luego en sacrificio aceptable para el Altísimo, comenzando desde aquél punto con fervoroso afecto a bendecirle, amarle y reverenciarle por lo que conocía le habían faltado de amar y reconocer así los malos ángeles como los hombres. Y a los Ángeles Santos, la que ya era Reina suya, les pidió la ayudasen a glorificar al Criador y Señor de todos y pidiesen también por ella.
232. Manifestóle también el Señor en aquel instante a los Ángeles de Guarda que la daba; y los vio y conoció y les hizo benevolencia y obsequio, y los convido a que alternativamente con cánticos de loor alabasen al Muy Alto. Y les previno de que había de ser este oficio el que habían de ejercitar con ella todo el tiempo de la vida mortal, que la habían de asistir y guardar. Conoció asimismo toda su genealogía y todo lo restante del Pueblo Santo y escogido de Dios, los Patriarcas y Profetas, y cuan admirable había sido Su Majestad en los dones, gracias y favores que con ellos había obrado. Y es digno de toda admiración que, siendo aquel cuerpecito, en el primer instante que recibió el alma santísima, tan pequeño que apenas se pudieran percibir sus potencias exteriores, con todo eso, para que no le faltase alguna milagrosa excelencia de las que podían engrandecer a la escogida para Madre de Dios, ordenó su poder y diestra Divina que con el conocimiento y dolor de la caída del hombre llorase y derramase lágrimas en el vientre de su madre, conociendo la gravedad del pecado contra el sumo bien. 74
233. Con este milagroso afecto pidió luego, en el instante de su ser, por el remedio de los hombres y comenzó el oficio de medianera, abogada y reparadora; y presentó a Dios los clamores de los Santos Padres y de los justos de la tierra, para que su misericordia no dilatase la salud de los mortales, a quienes miraba ya como hermanos. Y antes de conversar con ellos los amaba con ardentísima caridad y tan presto como tuvo el ser natural tuvo el ser su bienhechora, con el amor divino y fraternal que ardía en su abrasado corazón. Estas peticiones aceptó el Altísimo con más agrado que todas las oraciones de los Santos y Ángeles, y le fue manifestado a la que era criada para Madre; del mismo Dios, aunque ignorando ella el fin; pero conoció el amor del mismo Señor y el deseo de bajar del cielo a redimir los hombres. Y era justo que se diese por más obligado, para acelerar esta venida, de los ruegos y peticiones de aquella criatura por quien principalmente venía, y en quien había de recibir carne de sus mismas entrañas y obrar en ella la más admirable de todas sus obras y el fin de todas juntas.
234. Pidió también en el mismo instante de su concepción por sus padres naturales, Joaquín y Ana, que antes dé verlos con el cuerpo los vio y conoció en Dios y luego ejercitó en ellos la virtud del amor, reverencia y agradecimiento de hija, reconociéndolos por causa segunda de su ser natural. Hizo también otras muchas peticiones en general y en: particular por diferentes causas. Y con la ciencia infusa que tenía compuso luego cánticos de alabanza en su mente y corazón, por haber hallado a la puerta, de la vida la dracma preciosa (Lc., 15, 9) que perdimos todos en nuestro primer principio. Halló a la gracia que le salió al encuentro (Eclo., 15, 2) y a la divinidad que la esperaba en los umbrales de la naturaleza (Sab., 6, 15). Y sus potencias toparon en el instante de su ser al nobilísimo objeto que las movió y 75 estrenó, porque se criaban sólo para Él; y habiendo de ser suyas en todo y por todo, se le debían las primicias de sus operaciones, que fueron el conocimiento y amor divino, sin que hubiese en esta Señora ser sin conocer a Dios, ni conocimiento sin amor, ni amor sin merecimiento. Ni en esto hubo cosa pequeña, ni medida con las leyes comunes y reglas generales. Grande fue todo y grande salió de la mano del Altísimo para caminar, crecer y llegar hasta ser tan grande que solo Dios fuese mayor. ¡Oh qué hermosos pasos (Cant., 7, 1) fueron los tuyos, Hija del príncipe, pues con el primero llegaste a la divinidad! ¡Hermosa eres dos veces (Cant., 4, 1), porque tu, gracia y hermosura es sobre toda hermosura y gracia! ¡Divinos son tus ojos (Cant., 7, 4) y tus pensamientos son como la púrpura del Rey, pues llevaste su corazón y herido (Cant., 4, 9) de estos cabellos le enlazaste y le trajiste preso de tu amor al gremio de tu virginal vientre y corazón!
235. Aquí fue donde verdaderamente dormía la esposa del Rey y su corazón velaba (Cant., 5, 2). Dormían aquellos corporales sentidos, que apenas tenían su forma natural, ni habían visto la luz material del sol; y aquel divino corazón, más incomprensible por la grandeza de sus dones que por la pequenez de su ser natural, velaba en el tálamo de su madre con la luz de la Divinidad que le bañaba y encendía en el fuego de su inmenso amor. No era conveniente que en esta divina criatura obrasen primero las potencias inferiores que las superiores del alma, ni que éstas tuviesen operación inferior ni igual a otra criatura; porque, si el obrar corresponde al ser de cada cosa, la que siempre era superior a todas en la dignidad y excelencia, también había de obrar con proporcionada superioridad a toda criatura angélica y humana. Y no sólo no le había de faltar la excelencia de los espíritus angélicos, que luego usaron de sus potencias en el punto de su creación, pero esta misma grandeza y 76 prerrogativa se le debía a la que era criada para su Reina y Señora, y tanto con mayores ventajas, cuanto excede el nombre y oficio de Madre de Dios al de siervos suyos y el de Reina al de vasallos, porque a ninguno de los ángeles les dijo el Verbo tú eres mi madre, ni alguno de ellos pudo decirle a él mismo tú eres mi hijo (He., 1, 5); sólo entre María y el eterno Verbo hubo este comercio y mutua correspondencia, y por ella se ha de medir e investigar la grandeza de María, como el Apóstol la de Cristo.
236. En escribir estos sacramentos del Rey (Tob., 12, 7), cuando ya es honorífico revelar sus obras, confieso mi rudeza y limitación de mujer; y me aflijo porque hablo con términos comunes y vacíos que no llegan a lo que entiendo en la luz que mi alma tiene de estos misterios. Necesarias fueran, para no agraviar tanta grandeza, otras palabras, razones y términos particulares y propios, pero no los alcanza mi ignorancia; y cuando los hubiera, también sobrepujaran y oprimieran a la humana flaqueza. Reconózcase, pues, inferior y desigual para fijar su vista en este sol divino que con rayos de divinidad sale al mundo, aunque encubierto de la nube del vientre materno de Santa Ana. Y si queremos todos que nos den licencia para acercarnos a la vista de esta maravillosa visión, lleguemos libres y desnudos: unos de la natural cobardía, otros del temor y encogimiento, aunque sea con pretexto de humildad; pero todos con suma devoción y piedad, lejos del espíritu de contención (Rom., 13, 13), y nos será permitido ver de cerca, en medio de la zarza, el fuego de la divinidad sin consumirla (Ex., 3, 2).
237. He dicho que el alma santísima de María, en el primer instante de su Purísima Concepción, vio abstractivamente la Divina esencia, porque no se me ha dado luz de que viese la gloria esencial; antes entiendo 77 que este privilegio fue singular de la Santísima alma de Cristo, como debido y consiguiente a la unión sustancial de la Divinidad en la Persona del Verbo, para que ni por sólo un instante dejase de estar con ella unida por las potencias del alma por suma gracia y gloria. Y como aquel hombre, Cristo nuestro bien, comenzó a ser juntamente hombre y Dios, así comenzó a conocer a Dios y amarle como comprensor; pero el alma de su Madre Santísima no estaba unida sustancialmente a la divinidad y así no comenzó a obrar como comprensora, porque entraba en la vida a ser viadora. Mas en este orden, como quien era la más inmediata a la unión Hipostática, tuvo también otra visión proporcionada y la más inmediata a la visión beatífica, pero inferior a ella, aunque superior a todas cuantas visiones y revelaciones han tenido las criaturas de la Divinidad fuera de su clara visión y fruición. Pero en algún modo y condiciones excedió la visión de la Divinidad que tuvo en el primer instante la Madre de Cristo a la visión clara de otros, en cuanto conoció ella más misterios abstractivamente que otros con visión intuitiva. Y el no haber visto la Divinidad cara a cara en aquel punto de la concepción, no impide que después la viese muchas veces por el discurso de su vida, como adelante diré. Doctrina que me dio la Reina del cielo sobre este capítulo.
238. En el discurso de lo que dejo escrito he dicho algunas veces cómo la Reina y Madre de Misericordia me había prometido que, en llegando a escribir las primeras operaciones de sus potencias y virtudes, me daría instrucción y doctrina para componer mi vida en el espejo purísimo de la suya, porque éste era el principal intento de esta enseñanza. Y como esta gran Señora es fidelísima en sus palabras, asistiéndome siempre con su presencia divina al tiempo de declararme estos misterios, 78 ha comenzado a desempeñarla en este capítulo y prevenir para hacerlo en lo restante que fuere escribiendo. Y así guardaré este orden y estilo, que al fin escribiré lo que me enseñare Su Alteza, como lo ha hecho ahora, hablándome en esta forma:
239. Hija mía, de escribir los misterios y sacramentos de mi santísima vida, quiero que para ti misma cojas el fruto que deseas y que el premio de lo que trabajares sea la mayor pureza y perfección de tu vida, si con la gracia del Altísimo te dispones para imitarme, obrando lo que oyeres. Esta es la voluntad de mi Hijo Santísimo, que extiendas tus fuerzas a lo que yo te enseñare, atendiendo con todo el aprecio de tu corazón a mis virtudes y obras. Óyeme con atención y fe, que yo te hablaré palabras de vida eterna y te enseñaré lo más santo y perfecto de la vida cristiana y lo más aceptable a los ojos de Dios; con que desde luego te comenzarás a disponer mejor para recibir la luz en que te son patentes los ocultos misterios de mi vida santísima y la doctrina que deseas. Prosigue este ejercicio y escribirás lo que para esto te enseñare. Y ahora advierte.
240. Acto es de justicia debido a Dios eterno, que la criatura, cuando recibe el uso de la razón, encamine su primer movimiento al mismo Dios, conociéndole para amarle, reverenciarle y adorarle como a su Criador y Señor único y verdadero. Y los padres por natural obligación deben instruir a sus hijos desde niños en este conocímiento, enderezándolos con cuidado, para que luego busquen su último fin y le topen con los primeros actos de la razón y voluntad. Y debían con grande desvelo retirarlos de las parvuleces y burlas pueriles a que la misma naturaleza depravada se inclina, si la dejan sin otro maestro. Y si los padres y madres se anticipasen a prevenir estos engaños y torcidas costumbres de sus hijos y desde su niñez los fuesen informando, dándoles 79 temprano noticia de su Dios y Criador, después se hallarían más hábiles para comenzar luego a conocerle y adorarle. Mi Santa Madre, que ignoraba mi sabiduría y estado, hizo esto conmigo tan puntual y anticipada, que llevándome en su vientre adoraba en mi nombre al Criador, dándole por mí la suma reverencia y gracias debidas por haberme criado y le suplicaba me guardase, defendiese y sacase libre del estado que entonces tenía. Deben asimismo los padres pedir a Dios con fervor que ordene con su Providencia cómo aquellas almas de los niños alcancen a recibir el Bautismo y sean libres de la servidumbre del pecado original.
241. Y si la criatura racional no hubiere reconocido y adorado al Criador con el primer uso de la razón, debe hacerlo en el punto que llegue a su noticia aquel ser y único bien, antes no conocido, por la fe. Y desde este conocimiento debe trabajar el alma para nunca perderle de vista y siempre temerle, amarle y reverenciarle. Tú, hija mía, has debido a Dios esta adoración por el discurso de tu vida, mas ahora quiero que la ejecutes y mejores, como yo te lo enseñare. Pon la vista interior de tu alma en el ser de Dios sin principio ni término y mírale infinito en atributos y perfecciones y que sólo Él es la verdadera santidad, el sumo bien, el objeto nobilísimo de la criatura, el que dio ser a todo lo criado y sin tener de ello necesidad lo sustenta y gobierna. Es la consumada hermosura sin mácula ni defecto alguno, el que en amor es eterno, en palabras verdadero y en las promesas fidelísimo, y el que dio su misma vida y se entregó a los tormentos por el bien de sus criaturas sin habérselo alguna merecido. En este inmenso campo de bondad y beneficios extiende tu vista y ocupa tus potencias, sin olvidarle ni desviarle de ti, porque, habiendo conocido tanto al sumo bien, es fea grosería y deslealtad olvidarle con aborrecible ingratitud, como lo sería la tuya si, habiendo recibido superior luz divina 80 sobre la común y ordinaria de la fe infusa, se descaminase tu entendimiento y voluntad de la carrera del amor Divino. Y si alguna vez con flaqueza lo hicieres, vuelve luego a buscarla con toda presteza y diligencia, y humillada adora al Altísimo, dándole honor, magnificencia y alabanza eterna. Y advierte que el hacer esto incesantemente por ti y por todas las demás criaturas, lo has de tener por oficio propio tuyo, en que quiero vivas cuidadosa.
242. Y para ejercitarte con más fuerza, confiere en tu corazón lo que conoces que yo hice y cómo aquella primera vista del sumo bien dejó herido mi corazón de amor, con que me entregué toda a Él para jamás perderle. Y con todo esto vivía siempre solícita y no sosegaba, caminando hasta llegar al centro de mis deseos y afectos; porque, siendo infinito el objeto, tampoco el amor ha de tener fin ni descansar hasta poseerle. Tras el conocimiento de Dios y su amor, se ha de seguir el conocerte a ti misma, pensando y confiriendo tu poquedad y vileza. Y advierte que estas verdades bien entendidas, repetidas y ponderadas hacen divinos efectos en las almas.—Oídas estas razones y otras de la Reina, dije a Su Majestad:
243. Señora mía, cuya soy esclava y a quien de nuevo para serlo me dedico y me consagro, no sin causa mi corazón por vuestra maternal dignación solícito deseaba este día, para conocer la inefable alteza de vuestras virtudes en el espejo de vuestras divinas operaciones y oír la dulzura de vuestras saludables palabras. Confieso, Reina mía, de todo mi corazón, que no tengo obra buena a quien corresponda este beneficio por premio; y ésta de escribir vuestra Vida Santísima juzgara por atrevimiento tan desigual, que si en ello no obedeciera a vuestra voluntad y de vuestro Hijo Santísimo, no mereciera perdón. Recibid, Señora mía, este sacrificio de alabanza, 81 y hablad que vuestra sierva oye (1 Sam., 3,10). Suene, dulcísima Señora mía, vuestra suavísima voz en mis oídos (Cant., 2, 14), pues tenéis palabras de vida (Jn., 6, 69). Continuad, Dueña mía, Vuestra doctrina y luz para que se dilate mi corazón en este mar inmenso de Vuestras perfecciones y tenga digna materia de alabar al Todopoderoso. En mi pecho arde el fuego que Vuestra piedad ha encendido, para desear lo más santo, más puro y más acepto de la virtud a Vuestros ojos; pero en la parte inferior siento la ley repugnante de mis miembros al espíritu (Rom., 7, 23) que me retarda y embaraza y temo justamente no me impida el bien que Vos, piadosa Madre, me ofrecéis. Miradme, pues, Señora mía, como a hija, enseñadme como a discípula, corregidme como a sierva y compeledme como a esclava, cuando yo tardare o resistiere; que no deseo hacerlo de voluntad, pero reincidiré de flaqueza. Yo levantaré la vista a conocer el ser de Dios y con su Divina gracia gobernaré mis afectos, para que se enamoren de sus infinitas perfecciones, y si le tengo no le dejaré (Cant., 3, 4). Pero vos, Señora y Madre del conocimiento y del amor hermoso (Eclo., 24, 24), pedid a Vuestro Hijo y mi Señor no me desampare, por lo que se mostró liberalísimo en favorecer vuestra humildad (Lc., 1, 48), Reina y Señora de todo lo criado. CAPITULO 17 Prosiguiendo el misterio de la concepción de María Santísima, se me dio a entender sobre el capítulo 21 del Apocalipsis; parte primera del capítulo.
244. Encierra tantos y tan ocultos sacramentos el beneficio de ser María Santísima concebida en gracia, que, para hacerme más capaz de este maravilloso misterio, me declaró Su Majestad muchos de los que encierra el Evangelista San Juan en el capítulo 21 del Apocalipsis, remitiéndome a la inteligencia que de ellos 82 se me daba. Y para explicar algo de lo que se me ha manifestado, dividiré la explicación de aquel capítulo en tres partes, por excusar algo de la molestia que podría causar si tan largo capítulo se tomase junto. Y primero diré la letra según su tenor, que es como sigue: ;
245. Y vi un cielo nuevo y nueva tierra, porque se fue el cielo primero y la primera tierra y el mar ya no tiene ser. Y yo Juan vi la Ciudad Santa Jerusalén nueva, que bajaba de Dios desde el cielo, preparada como esposa adornada para su esposo. Y oí una gran voz del trono que decía: Mirad al tabernáculo de Dios con los hombres y habitará en ellos. Y ellos serán su pueblo y el mismo Dios estará con ellos y será su Dios; y enjugará Dios toda lágrima de sus ojos y no quedará muerte, ni llanto, ni clamor, ni restará ya dolor porque las primeras ya se fueron. Y el que estaba asentado en el trono dijo: Advierte que todas las cosas hago nuevas. Y díjome: Escribe, porque estas palabras son fidelísimas y verdaderas. Y díjome: Ya está hecho; yo soy Alfa y Omega, principio y fin. Yo daré de gracia al sediento de la fuente de la vida. El que venciere poseerá estas cosas y seré para él Dios y él para mí será hijo, pero a los tímidos, incrédulos, malditos, homicidas, fornicarios, hechiceros, idólatras y a todos los mentirosos, su parte les será en el estanque ardiente con fuego y con azufre, que es la segunda muerte (Ap., 21, 1-8).
246. Esta es la primera de las tres partes de la letra que explicaré en este capítulo, dividiéndola por sus versos. Y vi, dice el evangelista, un cielo nuevo y nueva tierra. Con haber salido María Santísima de las manos del Omnipotente Dios y puesta ya en el mundo la materia inmediata de que se había de formar la Humanidad Santísima del Verbo, que había de morir por el hombre, dice el Evangelista que vio un cielo nuevo y nueva tierra. No sin gran propiedad se pudo llamar cielo nuevo aquella naturaleza y el vientre virgíneo, donde y de donde se 83 formó; pues en este cielo comenzó a habitar Dios por nuevo modo (Jer., 31, 22), diferente del que hasta entonces había tenido en el cielo antiguo y en todas las criaturas. Pero también se llamó cielo nuevo el de los Santos, después del misterio de la encarnación, porque de aquí nació la novedad, que antes no había en él, de ocuparle los hombres mortales, y la renovación que hizo en el cielo la gloria de la Humanidad Santísima de Cristo y también de su Madre Purísima; que fue tanta, después de la gloria esencial, que bastó para renovar los cielos y darles nueva hermosura y resplandor. Y aunque estaban allá los buenos Ángeles, pero esto era ya como cosa antigua y vieja; y así vino a ser cosa muy nueva que el Unigénito del Padre con su muerte restituyese a los hombres el derecho de la gloria, perdido por el pecado, y mereciéndosela de nuevo los introdujese en el cielo, de donde estaban ya despedidos e imposibilitados de adquirirle por sí mismos. Y porque toda esta novedad para el cielo tuvo principio en María Santísima, cuando la vio el Evangelista concebida sin el pecado que lo impedía todo, dijo que había visto un nuevo cielo.
247. Vio también una nueva tierra. Porque la tierra antigua de Adán era maldita, manchada y rea de la culpa y condenación eterna; pero la tierra santa y bendita de María fue nueva tierra sin culpa ni maldición de Adán; y tan nueva, que desde aquella primera formación no se había visto ni conocido en el mundo otra tierra nueva hasta María Santísima; y fue tan nueva y libre de la maldición de la tierra antigua y vieja, que en esta bendita tierra se renovó toda la demás restante de los hijos de Adán, pues por la tierra de María bendita, y con ella y en ella, quedó bendita, renovada y vivificada la masa terrena de Adán, que hasta entonces había estado maldita y envejecida en su maldición, pero toda se renovó por María Santísima y su inocencia; y como en ella se dio principio a esta renovación de la humana y terrena 84 naturaleza, dijo San Juan que en María concebida sin pecado vio un cielo nuevo, una tierra nueva. Y prosigue:
248. Porque se fue el cielo primero y la primera tierra. Consiguiente era que viniendo al mundo y apareciéndose en él la nueva tierra y nuevo cielo de María Santísima y su Hijo, hombre y Dios verdadero, desapareciese el antiguo cielo y la tierra envejecida de la humana y terrena naturaleza con el pecado. Hubo nuevo cielo para la divinidad en la naturaleza humana, que, preservada y libre de culpa, daba nueva habitación al mismo Dios en la unión hipostática en la Persona del Verbo. Y dejó ya de ser el cielo primero, que Dios había criado en Adán y se manchó e inhabilitó para que Dios viviese en él. Este se fue y vino otro cielo nuevo en la venida de María Santísima. Hubo juntamente nuevo cielo de la gloria para la naturaleza humana, no porque se moviese ni desapareciese el empíreo, sino porque faltó en él el estar sin hombres, como lo había estado por tantos siglos; y en cuanto a esto, dejó de ser el primer cielo y fue nuevo por los merecimientos de Cristo nuestro Señor, que ya comenzaban a resplandecer en la aurora de la gracia, María Santísima su Madre; y así se fue el primer cielo y la primera tierra, que hasta entonces había estado sin remedio. Y el mar dejó de ser, porque el mar de abominaciones y pecados, que tenía inundado él mundo y anegada la tierra de nuestra naturaleza, dejó ya de ser con la venida de María Santísima y de Cristo, pues el mar de Su Sangre superabundó y sobrepujó al de los pecados en la suficiencia, en cuya comparación y valor es cierto que ninguna culpa tiene ser. Y si los mortales quisieran aprovecharse de aquel mar infinito de la divina misericordia y mérito de Jesucristo nuestro Señor, dejaran de ser todos los pecados del mundo, que todos vino a deshacerlos y desviarlos el Cordero de Dios. 85
249. Y yo, Juan, vi la Ciudad Santa de Jerusalén nueva, que descendía de Dios desde el cielo, preparada como la esposa adornada para su varón. Porque todos estos sacramentos comenzaban de María Santísima y se fundaban en ella, dice el Evangelista que la vio en forma de la Ciudad Santa de Jerusalén, etc., que de la Reina habló con esta metáfora. Y fuele dado que la viese, para que más conociera el tesoro que al pie de la cruz se le había encomendado y fiado (Jn., 19, 27) y con aprecio digno le guardase. Y aunque ninguna prevención pudiera equivaler a la falta presencial del Hijo de la Virgen, pero, entrando San Juan en su lugar, era conveniente que fuese ilustrado conforme a la dignidad y oficio que recibía, sustituyendo por el Hijo natural.
250. Por los misterios que Dios obró en la Ciudad Santa de Jerusalén, era más a propósito para símbolo de la que era su Madre y el centro y mapa de todas las maravillas del Omnipotente. Y por esta misma razón lo es también de las Iglesias Militante y Triunfante, y a todas se extendió la vista del águila generosa Juan, por la correspondencia y analogía que entre sí tienen estas Ciudades de Jerusalén místicas. Pero señaladamente miró de hito a la Jerusalén suprema María Santísima, donde están cifradas y recopiladas todas las gracias, dones, maravillas y excelencias de las Iglesias Militante y Triunfante; y todo lo que se obró en la Jerusalén de Palestina, y lo que significa ella y sus moradores, todo está reducido a María Purísima, Ciudad Santa de Dios, con mayor admiración y excelencia que en lo restante del cielo y tierra y de todos sus moradores. Por esto la llama Jerusalén nueva, porque todos sus dones, grandeza y virtudes son nuevas y causan nueva maravilla a los Santos; y nueva, porque fue después de todos los Padres Antiguos, Patriarcas y Profetas y en ella se cumplieron y renovaron sus clamores, oráculos y promesas; y nueva, porque viene sin el contagio de la culpa y desciende de 86 la gracia por nuevo orden suyo y lejos de la común ley del pecado; y nueva, porque entra en el mundo triunfando del demonio y del primer engaño, que es la cosa más nueva que en él se había visto desde su principio.
251. Y como todo esto era nuevo en la tierra, y no pudo venir de ella, dice que bajaba del Cielo. Y aunque por el común orden de la naturaleza desciende de Adán, pero no viene por el camino real y ordinario de la culpa, sendereado de todos los predecesores hijos de aquel primer delincuente. Para sola esta Señora hubo otro decreto en la Divina predestinación y se abrió nueva senda por donde viniese con su Hijo Santísimo al mundo, sin acompañar en el orden de la gracia a otro alguno de los mortales, ni que alguno de ellos la acompañase a ella y a Cristo nuestro Señor. Y así bajó nueva desde el Cielo de la mente y determinación de Dios. Y cuando los demás hijos de Adán descienden de la tierra, terrenos y maculados por ella, esta Reina de todo lo criado viene del cielo, como descendiente sólo de Dios por la inocencia y gracia; que comúnmente decimos viene alguno de aquella casa o solar de donde desciende y desciende de donde recibió el ser que tiene. Y el ser natural de María Santísima, que recibió por Adán, apenas se divisa mirándola Madre del Verbo eterno y como a su lado del eterno Padre, con la gracia y participación que para esta dignidad recibió de su divinidad. Y siendo esto en ella el ser principal, viene a ser como accesorio y menos principal el ser de la naturaleza que tiene; y así el Evangelista miró a lo principal, que bajó del cielo, y no a lo accesorio, que vino de la tierra.
252. Y prosigue diciendo: Que venía preparada como esposa adornada, etc. Para el día del desposorio se busca entre los mortales el mayor adorno y aliño que se puede hallar para componer la esposa terrena, aunque 87 las joyas ricas se busquen prestadas, porque nada le falte según su calidad y estado. Pues si confesamos, como es forzoso confesarlo, que María Purísima de tal suerte fue Esposa de la Santísima Trinidad, que juntamente fuese Madre de la Persona del Hijo, y que para estas dignidades fue adornada y preparada por el mismo Dios Omnipotente, infinito y rico sin medida y tasa ¿qué adorno, qué preparación, qué joyas serían estas con que aliñó a su Esposa y a su Madre para que fuese digna Madre y digna Esposa? ¿Reservaría por ventura alguna joya en sus tesoros? ¿Negaríale alguna gracia de cuantas su brazo poderoso le podía enriquecer y aliñar? ¿Dejaríala fea y desaliñada en alguna parte o en algún instante? ¿O sería escaso y avariento con su Madre y Esposa el que derrama pródigamente los tesoros de su Divinidad con las almas, que en su comparación son menos que siervas y menos que esclavas de su casa? Todas confiesan con él mismo Señor que es una la escogida y la perfecta (Cant., 6, 8), a quien las demás han de reconocer, predicar y magnificar por Inmaculada y felicísima entre las mujeres y de quien, admiradas con júbilo y alabanza, preguntan: ¿Quién es ésta que sale como aurora, hermosa como la luna, escogida como el sol y terrible como ejércitos bien ordenados (Ib. 9)? Esta es María Santísima, única Esposa y Madre del Omnipotente, que bajó al mundo adornada y preparada como Esposa de la Beatísima Trinidad para su Esposo y para su Hijo. Y esta venida y entrada fue con tantos dones de la Divinidad, que su luz la hizo más agradable que la aurora, más hermosa que la luna y más electa y singular que el sol, sin haber segunda, más fuerte y poderosa que todos los ejércitos del Cielo y de los Santos. Bajó adornada y preparada por Dios, que la dio todo lo que quiso darla y quiso darla todo lo que pudo y pudo darla todo lo que no era ser Dios, pero lo más inmediato a su Divinidad y lo más lejos del pecado que pudo caber en pura criatura. Fue entero y perfecto este adorno y no lo 88 fuera si algo le faltara y le faltara si algún punto estuviera sin la inocencia y gracia. Y sin esto tampoco fuera bastante para hacerla tan hermosa, si el adorno y las joyas de la gracia cayeran sobre un rostro feo, de naturaleza maculada por culpa, o sobre un vestido manchado y asqueroso. Siempre tuviera alguna tacha, de donde por más diligencias no pudiera jamás salir del todo la señal o sombra de la mancha. Todo esto era menos decente para María, Madre y esposa de Dios; y, siéndolo para ella, lo fuera también para él, que la hubiera adornado y preparado, no con amor de esposo, ni con cuidado de hijo y, teniéndose en casa la tela más rica y preciosa, hubiera buscado otra manchada y vieja para vestir a su Madre y Esposa y a sí mismo.
253. Tiempo es ya de que el entendimiento humano se desencoja y alargue en la honra de nuestra gran Reina; y también que el que estuviere opuesto, fundado en otro sentir, se encoja y detenga en despojarla y quitarla el adorno de su inmaculada limpieza en el instante de su Divina concepción. Con la fuerza de la verdad y luz en que veo estos inefables misterios, confieso una y muchas veces que todos los privilegios, gracias, prerrogativas, favores y dones de María Santísima, entrando en ellos el de ser Madre de Dios, según y como a mí se me dan a entender, todos dependen y se originan de haber sido Inmaculada y Llena de Gracia en su Concepción Purísima; de manera que sin este beneficio parecieran todos informes y mancos o como un suntuoso edificio sin fundamento sólido y proporcionado. Todos miran con cierto orden y encadenamiento a la limpieza e inocencia de la concepción; y por esto ha sido forzoso tocar tantas veces en este Misterio, por el discurso de esta Historia, desde los decretos divinos y formación de María y de su Hijo Santísimo en cuanto hombre. Y no me alargo ahora más en esto; pero advierto a todos que la Reina del Cielo estimó tanto el adorno y hermosura que 89 la dio su Hijo y Esposo en su Purísima Concepción, que esta correspondencia será su indignación contra aquellos que con terquedad y porfía pretendieren desnudarla de él y afearla, en tiempo que su Hijo Santísimo se ha dignado de manifestarla al mundo tan adornada y hermosa, para gloria suya y esperanza de los mortales. Prosigue el Evangelista:
254. Y oí una gran voz del trono, que decía: Mira al tabernáculo de Dios con los hombres y habitará con ellos y ellos serán su pueblo, etcétera. La voz del Altísimo es grande, fuerte, suave y eficaz para mover y arrebatar a sí toda la criatura. Tal fue esta voz que oyó San Juan salía del trono de la Beatísima Trinidad; con que le llevó toda la atención que se le pedía, diciéndole que atendiese o mirase al Tabernáculo de Dios; para que atento y circunspecto conociese perfectamente el misterio que se le manifestaba, de ver el Tabernáculo de Dios con los hombres y que viva con ellos y sea su Dios y ellos su pueblo. Todo este sacramento se encerraba en ver a María Santísima descender del Cielo en la forma que he dicho; porque estando este Divino Tabernáculo de Dios en el mundo, era consiguiente que el mismo Dios estuviera también con los hombres, pues vivía y estaba en su tabernáculo sin apartarse de él. Y fue como decirle al Evangelista: El Rey tiene su casa y corte en el mundo y claro está que será para ir a ser morador en ella. Y de tal suerte había de habitar Dios en este tabernáculo, que del mismo tomase la forma humana, en la cual había de ser morador en el mundo y habitar con los hombres y ser su Dios para ellos y ellos pueblo suyo, como herencia de su Padre y también de su Madre. Del Padre Eterno fuimos herencia para su Hijo santísimo, no sólo porque en Él y por Él crió todas las cosas (Jn., 1, 3) y se las dio por herencia en la eterna generación, pero también porque como hombre nos redimió en nuestra misma naturaleza y nos adquirió por su pueblo (Tit., 2, 14) y herencia paternal 90 y nos hizo hermanos suyos. Y por la misma razón de la naturaleza humana fuimos y somos herencia y legítima de su Madre Santísima; porque Ella le dio la forma de la carne humana con que nos adquirió para sí. Y, siendo Ella Madre suya e Hija y Esposa de la Beatísima Trinidad, era Señora de todo lo criado y todo lo había de heredar su Unigénito; y lo que las humanas leyes conceden, siendo puesto en razón natural, no había de faltar en las divinas.
255. Salió esta voz del Trono Real por medio de un Ángel, que con emulación santa me parece diría al Evangelista: Atiende y mira al Tabernáculo de Dios con los hombres y vivirá con ellos y serán ellos su pueblo; será su hermano y tomará su forma por medio de ese Tabernáculo de María, que miras bajar del Cielo por su concepción y formación. Pero les podemos responder con alegre semblante a estos cortesanos del Cielo, que está muy bien el tabernáculo de Dios con nosotros, pues es nuestro, y por él lo será Dios; y recibirá vida y sangre que por nosotros ofrezca y con ella nos adquiera y haga pueblo suyo y viva con nosotros como en su casa y morada, pues le recibiremos Sacramentado y nos hará su tabernáculo; estén contentos estos divinos espíritus y Príncipes con ser hermanos mayores y menos necesitados que los hombres. Nosotros somos los pequeñuelos y enfermos que necesitamos de regalo y favores de nuestro Padre y Hermano; venga en el Tabernáculo de su Madre y nuestra, tome forma de carne humana de sus virginales entrañas, encúbrase la Divinidad y viva con nosotros y en nosotros; tengámosle tan cerca que sea nuestro Dios y nosotros su pueblo y su morada. Admírense y suspensos de tantas maravillas ellos le bendigan, y gocémosle nosotros los mortales acompañándolos en la misma alabanza de admiración y amor. Prosigue el texto:
256. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos y no quedará muerte, ni llanto, ni clamor, ni restará dolor, etc. 91 Con el fruto de la redención humana, de que se nos dieron prendas ciertas en la concepción de María Santísima, se enjugaron las lágrimas que el pecado sacó a los ojos de los mortales; pues para quien se aprovechare de las misericordias del Altísimo, de la Sangre y Méritos de su Hijo, de sus Misterios y Sacramentos, de los Tesoros de su Iglesia Santa y, para conseguirlos, de la intercesión de su Madre Santísima, para ellos no hay muerte, ni dolor, ni llanto, porque la muerte del pecado y todo lo antiguo que de ella resultó, dejó ya de ser y se acabó. El verdadero llanto se fue al profundo con los hijos de perdición, adonde no hay remedio. El dolor de los trabajos no es llanto, ni dolor verdadero, sino aparente y que se compadece con la verdadera y suma alegría; y recibido con igualdad es de inestimable valor, y como prenda de amor lo eligió para sí, para su Madre y para sus hermanos el Hijo de Dios.
257. Tampoco habrá clamor, ni voces querellosas, porque los justos y sabios, con el ejemplo de su Maestro y de su Madre humildísima, han de aprender a callar, como la simple ovejuela cuando es llevada a ser víctima y sacrificio (Is., 53, 7). Y el derecho que tiene la flaca naturaleza a buscar algún alivio dando voces y quejándose, le deben renunciar los amigos de Dios viendo a Su Majestad, que es su cabeza y ejemplar, abatido hasta la muerte afrentosa de la Cruz para restaurar los daños de nuestra impaciencia y poca espera. ¿Cómo se le ha de consentir a nuestra naturaleza que a la vista de tanto ejemplo se altere y dé voces en los trabajos? ¿Cómo se ha de permitir que tenga movimientos desiguales y contrarios a la caridad cuando Cristo viene a establecer la ley del amor fraternal? Y vuelve a repetir el Evangelista que no habrá más dolor; porque si alguno había de quedar en los hombres, era el dolor de la mala conciencia; y para remedio de esta dolencia fue tan suave medicina la Encarnación del Verbo 92 en las entrañas de María Santísima, que ya este dolor es gustoso y causa de alegría y no merece nombre de dolor, pues contiene en sí el sumo y verdadero gozo, y con haberle introducido en el mundo se fueron las cosas primeras, que fueron los dolores y rigores ineficaces de la ley antigua, porque todo se templó y acabó con la abundancia de la Ley Evangélica para dar gracia. Y por esto añade y dice: Advierte, que todo lo hago nuevo. Esta voz salió del que estaba asentado en el Trono, porque él mismo se declaró por artífice de todos los Misterios de la nueva Ley del Evangelio. Y comenzando esta novedad de cosa tan peregrina, y no pensada de las criaturas, como lo fue encarnar el Unigénito del Padre y darle Madre virgen y purísima, era necesario que si todo era nuevo no hubiese en su Madre Santísima alguna cosa vieja y antigua; y claro está que el pecado original era casi tan antiguo como la naturaleza, y si lo tuviera la Madre del Verbo Humanado no hubiera hecho todas las cosas nuevas.
258. Y díjome: Escribe, que estas palabras son fidelísimas y verdaderas. Y me dijo: Ya está hecho, etc. A nuestro modo de hablar, mucho siente Dios que se olviden las grandes obras de amor que hizo por nosotros en su Encarnación y Redención humana, y para memoria de tantos beneficios y reparo de nuestra ingratitud manda que se escriban. Y así debían los mortales escribir esto en sus corazones y temer la ofensa que contra Dios cometen con tan grosero y execrable olvido. Y aunque es verdad que los católicos tienen credulidad y fe de estos Misterios, pero con el desprecio que muestran en agradecerlos, y el que suponen en olvidarlos, parece que tácitamente los niegan, viviendo como si no los creyesen. Y para que tengan un fiscal de su feísimo desagradecimiento, dice el Señor: Que estas palabras son verdaderas y fidelísimas; y siendo así que lo son, véase la torpeza y sordera de los mortales en no darse 93 por entendidos de verdades, que, como son fidelísimas, fueran eficaces para mover el corazón humano y vencer su rebeldía, si como verdaderas y fidelísimas se fijaran en la memoria y en ella se revolvieran y pesaran como ciertas e infalibles, que las obró Dios por cada uno de nosotros.
259. Pero como los dones de Dios no son con penitencia (Rom., 9, 29), porque no retracta el bien que hace, aunque desobligado de los hombres dice que ya está hecho: como si nos dijera que por nuestra ingratitud no quiere retroceder en su amor, antes habiendo enviado al mundo a María Santísima sin culpa original, ya da por hecho todo lo que pertenece al Misterio de la Encarnación, pues estando María Purísima en la tierra no parece que se podía quedar el Verbo Eterno solo en el Cielo sin bajar a tomar carne humana en sus entrañas. Y asegúralo más diciendo: Yo soy Alfa y Omega, la primera y última letra, que como principio y fin encierro la perfección de todas las obras, porque si les doy principio es para llevarlas hasta la perfección de su último fin. Y así lo haré por medio de esta Obra de Cristo y María, que por ella comencé y acabaré todas las obras de la gracia, y llevaré a mí y encaminaré a mí todas las criaturas en el hombre, como a su último paradero y centro donde descansan.
260. Yo daré al sediento graciosamente de la fuente de la vida, y el que venciere poseerá estas cosas, etc. ¿Quién se anticipó de todas las criaturas para dar consejo a Dios (Rom., 11, 34) o alguna dádiva con que obligarle al retorno? Esto dijo el Apóstol, para que se entendiese que todo cuanto Dios hace y ha hecho con los hombres fue de gracia y sin obligación que a ninguno tuviese. El origen de las fuentes a nadie debe su corriente de los que van a beber a ellas, de balde y de gracia se dan a todos los que llegan; y de que todos no participen 94 su manantial, no es culpa de la fuente, sino de quien no llega a beber, estando ella convidando con abundancia y alegría. Y aun porque no llegan ni la buscan, sale ella misma a buscar quien la reciba y corre sin detenerse, que tan de gracia y de balde se ofrece a todos (Jn., 7, 37). ¡Oh tibieza reprensible de los mortales! ¡Oh ingratitud abominable! Si nada nos debe el verdadero Señor y todo nos lo dio y lo da de gracia, y entre todas sus gracias y beneficios la mayor gracia fue haberse hecho hombre y muerto por nosotros, porque en este beneficio se nos dio todo a sí mismo, corriendo el ímpetu de la Divinidad hasta topar con nuestra naturaleza y unirse con ella y con nosotros ¿cómo es posible que estando tan sedientos de honra, de gloria y deleites, no lleguemos a beberlo todo en esta fuente (Is., 55 1), que nos lo ofrece de gracia? Pero ya veo la causa; porque no estamos sedientos de la verdadera gloria, honra y descanso, anhelamos por la engañosa y aparente y malogramos las fuentes de la gracia (Is., 12, 3) que nos abrió Jesucristo, nuestro bien, con sus merecimientos y muerte. Mas a quien tuviere sed de la Divinidad y de la gracia, dice el Señor que le dará de balde de la fuente de la vida. ¡Oh qué gran dolor y compasión es que, habiéndose descubierto la fuente de la vida, haya tan pocos sedientos por ella y tantos corran a las aguas de la muerte! Pero el que venciere en sí mismo al mundo, al demonio y a su carne propia, éste poseerá estas cosas. Y dice que las tendrá, porque dándose las aguas de gracia, pudiera temer si en algún tiempo se las negarán o revocarán; y para asegurarle, dice que se las darán en posesión, sin limitarla ni coartarla. 261. Antes le afianza con otra nueva y mayor aseguración, diciéndole el Señor: Yo seré Dios para él y él para mí será hijo; y si Él es Dios para nosotros y nosotros hijos, claro está que fue hacernos hijos de Dios; y siendo hijos, era consiguiente ser herederos de sus 95 bienes (Rom., 8, 17), y siendo herederos —aunque toda la herencia sea de gracia— la tenemos segura como los hijos tienen los bienes de su padre. Y siendo Padre y Dios juntamente, infinito en atributos y perfecciones ¿quién podrá decir lo que nos ofrece con hacernos hijos suyos? Aquí se encierra el amor paternal, la conservación, la vocación, la vivificación, la justificación, los medios para alcanzarla y, para fin de todo, la glorificación y estado de la felicidad, que ni ojos vieron, ni oídos oyeron, ni pudo venir en corazón humana (1 Cor., 2, 9). Todo esto es para los que vencieren y fueren hijos esforzados y verdaderos.
262. Pero a los tímidos, execrables, incrédulos, homicidas y fornicarios, hechiceros, idólatras y todos los mentirosos, etc. En este formidable padrón se han escrito por sus manos propias innumerables hijos de perdición, porque es infinito el número de los necios (Ecl., 1, 15) que a ciegas han hecho elección de la muerte, cerrando el camino de la vida; no porque esté oculto a los que tienen ojos, mas porque los cierran a la luz y se han dejado y dejan fascinar y oscurecer con los embustes de Satanás, que a diferentes inclinaciones y gustos de los hombres les ofrece el veneno disimulado en diversos potajes de vicios que apetecen. A los tímidos, que son los que ya quieren, ya no quieren, sin haber gustado el maná de la virtud, ni entrado en el camino de la vida eterna, se les representa insípida y terrible, siendo el yugo suave y la carga del Señor muy ligera (Mt., 11, 30); y engañados con este temor, se dejan vencer primero de la cobardía que del trabajo. Otros incrédulos, o no admiten las verdades reveladas ni les dan crédito, como los herejes, paganos e infieles, o si las creen, como los católicos, parece que las oyen de lejos y las creen para otros y no para sí mismos, y así tienen la fe muerta (Sant., 2, 26) y obran como incrédulos. 96
263. Los execrados, que siguiendo cualquier vicio sin reparo y sin frenó, antes gloriándose de la maldad y despreciando el cometerlas, se hacen contemptibles a Dios, execrables y malditos, llegando a estado de rebeldía y casi imposibilitándose para el bien obrar; y alejándose del camino de la vida eterna, como si no fueran criados para ella, se apartan y enajenan de Dios y de sus bendiciones y beneficios, quedando aborrecibles al mismo Señor y a los Santos. A los homicidas, que sin temor ni reverencia de la Divina Justicia usurpan a Dios el derecho de supremo Señor, para gobernar el universo y castigar y vengar las injurias; y así merecen ser medidos y juzgados por la misma medida con que ellos han querido medir a los otros y juzgarlos (Lc., 6, 38). Los fornicarios, que por un breve e inmundo deleite cumplido y aborrecido, pero nunca saciado el desordenado apetito, posponen la amistad de Dios y desprecian los eternos deleites, que saciando se apetecen más y satisfaciendo jamás se acabarán. Los hechiceros, que creyeron y confiaron en las falsas, promesas del Dragón disimulado con apariencia de amigo, quedaron engañados y pervertidos para engañar y pervertir a otros. Los idólatras, que siguiendo y buscando la divinidad no la toparon, estando cerca de todos (Act., 17, 27), y se la dieron a quien no la podía tener, porque se la daban los mismos que los fabricaban; y eran inanimadas sombras de la verdad, pero todas cisternas disipadas para contener la grandeza de ser Dios verdadero (Jer., 2, 13). A los mentirosos, que se oponen a la suma verdad, que es Dios, y por alejarse al extremo contrario se privan de su rectitud y virtud, fiando más en el fingido engaño que en el mismo Autor de la verdad y todo el bien.
264. De todos éstos, dice el Evangelista, oyó que la parte de ellos sería en el estanque de fuego ardiente con azufre que es la muerte segunda. Nadie podrá redargüir a la Divina equidad y justicia, pues habiendo justificado 97 su causa con la grandeza de sus beneficios y misericordias sin número, bajando del Cielo a vivir y morir entre los hombres y rescatándolos con su misma Vida y Sangre, dejando tantas fuentes de gracia que se nos diesen de balde en su Iglesia Santa, y sobre todas a la Madre de la misma gracia y fuente de la vida, María Santísima, por cuyo medio la pudiésemos alcanzar; si de todos estos beneficios y tesoros no han querido aprovecharse los mortales y, por seguir con un deleite momentáneo la herencia de la muerte, dejaron la de la vida, no es mucho que cojan lo que sembraron y que su parte y herencia sea el fuego eterno en aquel profundo formidable de piedra azufre, donde no hay redención ni esperanza de vida, por haber incurrido en la Muerte Segunda del Castigo. Y aunque esta muerte por su eternidad es infinita, pero más fea y abominable fue la muerte primera del pecado, que voluntariamente se tomaron los réprobos con sus manos, porque fue muerte de la gracia, causada por el pecado, que se opone a la bondad y santidad infinita de Dios, ofendiéndole cuando debía ser adorado y reverenciado; y la muerte de la pena es justo castigo de quien merece ser condenado, y se la aplica el atributo de la rectísima justicia; y en esto es ensalzado y engrandecido por ella, así como en el pecado fue despreciado y ofendido. El sea por todos los siglos temido y adorado. Amén. CAPITULO 18 Prosigue el misterio de la Concepción de María Santísima, con la segunda parte del capítulo 21 del Apocalipsis.
265. Prosiguiendo la letra del capítulo 21 del Apocalipsis, dice de esta manera: Y vino uno de los siete Ángeles, que tenían siete copas, llenas de siete plagas novísimas, y habló conmigo, diciendo: Ven, y te mostraré 98 la esposa, mujer del Cordero. Y levantóme en espíritu a un grande y alto monte, y mostróme la Ciudad Santa de Jerusalén, que descendía del Cielo desde Dios y tenía la claridad de Dios; y su luz era semejante a una piedra preciosa, como piedra de jaspe, así como cristal. Y tenía un grande y alto muro con doce puertas, con doce Ángeles en ellas, y escritos unos nombres, que son de los doce tribus de los hijos de Israel. Tres puertas al Oriente, tres puertas al Alquilón, tres puertas al Austro y tres puertas al Occidente. Y el muro de la ciudad tenía doce fundamentos y en ellos doce nombres de los doce Apóstoles del Cordero. Y el que hablaba conmigo, tenía una medida de caña de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. Y la ciudad estaba puesta en cuadro, y su longitud es tanta cuanta es su latitud; y midió la ciudad con la caña por doce mil estadios, y la longitud, latitud y altura son iguales. Y midió su muro ciento y cuarenta y cuatro codos con medida de hombre, que es de ángel. Y la fábrica de su muralla era de piedra de jaspe; pero la ciudad era oro purísimo, semejante a un puro vidrio (Ap., 21, 9-18).
266. Estos Ángeles, de quien habla en este lugar el Evangelista, son siete de los que asisten especialmente al trono de Dios y a quien Su Majestad ha dado cargo y potestad para que castiguen algunos pecados de los hombres (Ap., 15, 1). Y esta venganza de la ira del Omnipotente sucederá en los últimos siglos del mundo; pero será tan nuevo el castigo, que ni antes ni después en la vida mortal se haya visto otro mayor. Y porque estos misterios son muy ocultos y no de todos tengo luz, ni tocan a esta Historia, ni conviene alargarme en esto, paso a lo que pretendo. Este uno, que habló a San Juan Evangelista, es el Ángel por quien singularmente vengará Dios las injurias hechas contra su Madre Santísima con formidable castigo. Por haberla despreciado con osadía loca, han irritado la indignación de su omnipotencia; y 99 por estar empeñada toda la Santísima Trinidad en honrar y levantar a esta Reina del cielo sobre toda criatura humana y angélica y ponerla en el mundo por espejo de la Divinidad y Medianera Única de los mortales, tomará Dios señaladamente por su cuenta vengar las herejías, errores y blasfemias y cualquier desacato cometido contra ella y el no haberle glorificado, conocido y adorado en este su tabernáculo y no se haber aprovechado de tan incomparable misericordia. Profetizados están estos castigos en la Iglesia Santa. Y aunque el enigma del Apocalipsis encubre con oscuridad este rigor, pero ¡ay de los infelices a quien alcanzare! y ¡ay de mí, que ofendí a Dios, tan fuerte y poderoso en castigar! Absorta quedo en el conocimiento de tanta calamidad como amenaza.
267. Habló el Ángel al Evangelista, y díjole: Ven, y te mostraré la esposa, mujer del Cordero, etc. Aquí declara que la Ciudad Santa de Jerusalén que le mostró es la mujer esposa del Cordero, entendiendo debajo de esta metáfora —como ya he dicho (Cf. supra n. 248)— a María santísima, a quien miraba San Juan madre o mujer y esposa del Cordero, que es Cristo. Porque entrambos oficios tuvo y ejercitó la Reina divinamente. Fue esposa de la Divinidad, única y singular, por la particular fe y amor con que se hizo y acabó este desposorio; y fue mujer y madre del mismo Señor humanado, dándole su misma sustancia y carne mortal y criándole y sustentándole en la forma de hombre que le había dado. Para ver y entender tan soberanos misterios, fue levantado en espíritu el Evangelista a un alto monte de santidad y luz; porque, sin salir de sí mismo y levantarse sobre la humana flaqueza, no los pudiera entender, como por esta causa no los entendemos los hombres imperfectos, terrenos y abatidos. Y levantado, dice: Mostróme la Ciudad Santa de Jerusalén, que descendía del Cielo, como fabricada y formada, no en la tierra, 100 donde era como peregrina y extraña, mas en el Cielo, donde no se pudo fabricar con materiales de tierra pura y común; porque si de ella se tomó la naturaleza, pero fue levantándola al cielo para fabricar esta Ciudad Mística al modo celestial y angélico, y aun divino y semejante a la Divinidad.
268. Y por eso añade, que tenía la claridad de Dios; porque el alma de María Santísima tuvo una participación de la Divinidad y de sus atributos y perfecciones, que si fuera posible verla en su mismo ser, pareciera iluminada con la claridad eterna del mismo Dios. Grandes cosas y gloriosas están dichas en la Iglesia católica de esta ciudad de Dios (Sal., 86, 3) y de la claridad que recibió del mismo Señor, pero todo es poco, y todos los términos humanos le vienen cortos; y vencido el entendimiento criado, viene a decir que tuvo María Santísima un no sé qué de Divinidad, confesando en esto la verdad en sustancia y la ignorancia para explicar lo que se confiesa por verdadero. Sí fue fabricada en el Cielo, el Artífice sólo que a ella la fabricó conocerá su grandeza y el parentesco y afinidad que contrajo con María Santísima, asimilando las perfecciones que le dio con las mismas que encierra su infinita Divinidad y grandeza.
269. Su luz era semejante a una piedra preciosa, como piedra de jaspe, como cristal. No es tan dificultoso de entender que se asimile al cristal y jaspe juntamente, siendo tan disímiles, como que sea semejante a Dios; pero de este similitud conoceremos algo por aquélla. El jaspe encierra muchos colores, visos y variedad de sombras, de que se compone, y el cristal es clarísimo, purísimo y uniforme, y todo junto formará una peregrina y hermosa variedad. Tuvo María Purísima en su formación la variedad de virtudes y perfecciones de que parece fabricó Dios su alma compuesta y entretejida, y todas 101 estas gracias y perfecciones y toda ella semejante a un cristal purísimo y sin lunar ni átomo de culpa; antes en la claridad y pureza despide rayos y hace visos de Divinidad, como el cristal que herido del sol parece le tiene dentro de sí mismo y le retrata, reverberando como el mismo sol. Pero este cristalino jaspe tiene sombras, porque es hija de Adán y es pura criatura, y todo lo que tiene de resplandor del Sol de la Divinidad es participado, y aunque parece Sol Divino no lo es por naturaleza, mas por participación y comunicación de su gracia; criatura es, formada y hecha por la mano del mismo Dios, pero para ser Madre suya.
270. Y tenía la ciudad un grande y alto muro con doce puertas. Los misterios encerrados en este muro y puertas de esta Ciudad Mística de María Santísima son tan ocultos y grandes, que con dificultad podré yo, mujer ignorante y tarda, reducir a palabras lo que se me ha dado a entender; dirélo como se me concediere, advirtiendo que en el instante primero de la concepción de María Santísima, cuando se le manifestó la Divinidad por aquella visión y modo que arriba dije (Cf. supra n.229 y 237), entonces, a nuestro modo de entender, toda la beatísima Trinidad, como renovando los antiguos decretos de criarla y engrandecerla, hizo un acuerdo y como contrato con esta Señora, pero sin dárselo a conocer por entonces. Pero fue como confiriéndolo entre sí las tres Divinas Personas, y hablando de esta manera:
271. A la dignidad que damos a esta pura criatura de Esposa nuestra y Madre del Verbo que ha de nacer de ella, es consiguiente y debido constituirla Reina y Señora de todo lo criado. Y sobre los dones y riquezas de nuestra Divinidad, que para sí misma la dotamos y concedemos, es conveniente darle autoridad, para que tenga mano en los tesoros de nuestras misericordias infinitas, para que de ellos pueda distribuir y comunicar a su voluntad las 102 gracias y favores necesarios a los mortales, señaladamente a los que como hijos y devotos suyos la invocaren, y que pueda enriquecer a los pobres, remediar a los pecadores, engrandecer a los justos y ser universal amparo de todos. Y para que todas las criaturas la reconozcan por su Reina y superiora y depositaría de nuestros bienes infinitos, con facultad de poderlos dispensar, la entregaremos las llaves de nuestro pecho y voluntad, y será en todo la ejecutora de nuestro beneplácito con las criaturas. Darémosle, a más de todo esto, el dominio y potestad sobre el Dragón nuestro enemigo y todos sus aliados los demonios, para que teman su presencia y su nombre y con él se quebranten y desvanezcan sus engaños, y que todos los mortales que se acogieren a esta ciudad de refugio, le hallen cierto y seguro, sin temor de los demonios y de sus falacias.
272. Sin manifestarle al alma de María Santísima todo lo que este decreto o promesa contenía, le mandó el Señor en aquel primer instante que orase con afecto y pidiese por todas las almas y les procurase y solicitase la eterna salud, y en especial por los que a ella se encomendasen en el discurso de su vida. Y la ofreció la Beatísima Trinidad que en aquel rectísimo Tribunal nada le sería negado, y que mandase al demonio que le desviase con imperio y virtud de todas las almas, que para todo le asistiría el brazo del Omnipotente. Mas no se le dio a entender la razón por que se le concedía este favor y los demás que en él se encerraban, que era por Madre del Verbo. Pero en decir San Juan que la Ciudad Santa tenía un grande y alto muro, entendió este beneficio que hizo Dios a su Madre, constituyéndola por sagrado refugio, amparo y defensa de todos los hombres, para que en ella lo hallasen todo, como en ciudad fuerte y segura muralla contra los enemigos, y como a poderosa Reina y Señora de todo lo criado y despensera de los tesoros del Cielo y de la gracia, acudiesen a ella todos 103 los hijos de Adán. Y dice que era muy alto este muro, porque el poder de María Purísima para vencer al demonio y levantar a las almas a la gracia es tan alto, que es inmediato al mismo Dios. Tan bien guarnecida como esto y tan defendida y segura es para sí esta Ciudad y para los que en ella buscan su protección, que ni podrán conquistar sus muros ni escalar por ellos todas las fuerzas criadas fuera de Dios.
273. Tenía doce puertas este muro de la Ciudad Santa, porque su entrada es franca y general a todas las naciones y generaciones, sin excluir alguna, antes convidando a todos, para que nadie, si no quiere, sea privado de la gracia y dones del Altísimo y de su gloria, por medio de la Reina y Madre de Misericordia. Y en las doce puertas doce ángeles. Estos Santos Príncipes son los doce que arriba cité (Cf. supra n. 202) entre los mil que fueron señalados para guarda de la Madre del Verbo Humanado. El ministerio de estos doce ángeles, a más de asistir a la Reina, fue servirla señaladamente en inspirar y defender a las almas que con devoción llaman a María nuestra Reina en su amparo y se señalan en su devoción, veneración y amor. Y por esto dice el Evangelista que los vio en las puertas de esta ciudad, porque ellos son ministros y como agentes que ayudan y mueven y encaminan a los mortales para que entren por las puertas de la piedad de María Santísima a la eterna felicidad. Y muchas veces los envía ella con inspiraciones y favores, para que saquen de peligros y trabajos de alma y cuerpo a los que la invocan y son devotos suyos.
274. Dice que tenían escritos unos nombres, que son de los doce tribus de los hijos de Israel, etc., porque los Ángeles Santos reciben los nombres del ministerio y oficio para que son enviados al mundo. Y como estos doce Príncipes asistían singularmente a la Reina del Cielo, para que por su disposición ayudasen a la salvación de 104 los hombres, y todos los escogidos son entendidos debajo de los doce tribus de Israel, que hacen el Pueblo Santo de Dios, por esta razón dice el Evangelista que los ángeles tenían los doce nombres de los doce tribus, como destinado cada uno para su tribu, y que tenían protección y cuidado de todos los que por estas puertas de la íntercesión de María Santísima habían de entrar a la Celestial Jerusalén de todas las naciones y generaciones.
275. Admirándome yo de esta grandeza de María Purísima y que ella fuese la medianera y la puerta para todos los predestinados, se me dio a entender que este beneficio correspondía al oficio de Madre de Cristo y al que como Madre había hecho con su Hijo Santísimo y con los hombres. Porque le dio cuerpo humano de su purísima sangre y sustancia, en que padeciese y redimiese a los hombres, y así en algún modo murió ella y padeció en Cristo por esta unidad de carne y sangre; y a más de esto, le acompañó en su pasión y muerte y la padeció de voluntad en la forma que pudo, con divina humildad y fortaleza. Y así como ella cooperó a la pasión y dio a su Hijo en qué padeciese por el linaje humano, así también el mismo Señor la hizo participante de la dignidad de redentora y le dio los méritos y fruto de la redención, para que ella los distribuyese, y que por sola su mano se comunicasen a los redimidos. ¡Oh admirable tesorera y depositaría de Dios, qué seguras están en tus divinas y liberales manos las riquezas de la diestra del Omnipotente! Pues tenía esta ciudad tres puertas al Oriente, tres puertas al Aquilón, tres puertas al Mediodía y tres puertas al Occidente. Tres puertas que correspondan a cada parte del mundo. Y en el número de tres nos franquea por ellas a todos los mortales cuanto el cielo y la tierra poseen y a quien dio ser a todo lo criado, que son las tres Divinas Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada una de las tres quieren y disponen que María Santísima tenga puerta para 105 solicitar los tesoros divinos a los mortales, que aunque es un Dios en tres Personas, cada una de por sí le da entrada y puerta franca para que entre esta purísima Reina al tribunal del ser inmutable de la Santísima Trinidad, para que interceda, pida y saque tesoros y se los dé a sus devotos que la buscaren y obligaren de todo el mundo. Para que nadie de los mortales tenga excusa en ningún lugar del mundo, ni en ninguna generación ni nación de él, pues a todas partes hay no una puerta, sino tres puertas. Y el entrar en una ciudad por una puerta franca y patente es tan fácil, que si alguno dejare de entrar, no será por falta de puertas, sino porque él mismo se detiene y no se quiere poner en salvo. ¿Qué dirán aquí los infieles, herejes y paganos? ¿Qué los malos cristianos y obstinados pecadores? Si los tesoros del cielo están en manos de nuestra Madre y Señora, si ella nos llama y nos solicita por medio de sus ángeles y si es puerta y muchas puertas del cielo, ¿cómo son tantos los que se quedan fuera y tan pocos los que por ellas entran?
276. Y el muro de esta ciudad tenía doce fundamentos, y en ellos los nombres de los doce apóstoles del Cordero. Los fundamentos inmutables y fuertes, sobre que edificó Dios esta Ciudad Santa de María su Madre, fueron las virtudes todas con especial gobierno del Espíritu Santo que les correspondía. Pero dice fueron doce, con los doce nombres de los Apóstoles; así porque se fundó sobre la mayor santidad de los Apóstoles, que son los mayores de los Santos, según lo de David, que los fundamentos de la ciudad de Dios fueron puestos sobre los montes santos (Sal., 86, 1); como porque la santidad de María y su sabiduría fue como fundamento de los Apóstoles y su firmeza después de la muerte de Cristo y subida a los cielos. Y aunque siempre fue su maestra y ejemplar, pero entonces sola ella fue la mayor firmeza de la Iglesia primitiva. Y porque fue destinada para este ministerio desde su Inmaculada Concepción con las virtudes y 106 gracias correspondientes, por eso dice que sus fundamentos eran doce.
277. Y el que hablaba conmigo tenía una medida de caña de oro, etcétera, y midió la ciudad con esta caña por doce mil estadios, etc. En estas medidas encerró el Evangelista grandes misterios de la dignidad, gracias, dones y méritos de la Madre de Dios. Y aunque la midieron con gran medida en la dignidad y beneficios que puso el Altísimo en ella, pero ajustóse la medida en el retorno posible y fueron iguales. La longitud fue tanta cuanta su latitud: por todas partes estuvo proporcionada e igual, sin que en ella se hallase mengua, desigualdad ni improporción. Y no me detengo ahora en esto, remitiéndome a lo que diré en todo el discurso de su vida. Sólo advierto ahora que esta medida con que se midieron la dignidad, méritos y gracia de María Santísima, fue la humanidad de su Hijo unida al Verbo Divino.
278. Y llámala el Evangelista caña por la fragilidad de nuestra naturaleza de carne flaca; y llámala de oro por la Divinidad de la Persona del Verbo. Con esta dignidad de Cristo, Dios y hombre verdadero, y con los dones de la naturaleza unida a la Divina Persona y con los merecimientos que obró, fue medida su Madre Santísima por el mismo Señor. Él fue quien la midió consigo mismo y ella, siendo medida por Él, pareció estar igual y proporcionada en la alteza de su dignidad de Madre. En la longitud de sus dones y beneficios y en la latitud de sus merecimientos, en todo fue igual sin mengua ni improporción. Y aunque no pudo igualarse absolutamente con su Hijo Santísimo con igualdad que entiendo llaman los doctores matemática, porque Cristo, Señor nuestro, era hombre y Dios verdadero y ella era pura criatura y por esto la medida excedía infinito a lo que era medido con ella, pero tuvo María Purísima cierta igualdad de proporción con su Hijo Santísimo. Porque así como a Él 107 nada le faltó de lo que le correspondía y debía tener como Hijo verdadero de Dios, así a ella nada le faltó ni tuvo mengua en lo que se le debía y ella debía como Madre verdadera del mismo Dios; de manera que ella como Madre y Cristo como Hijo tuvieron igual proporción de dignidad, de gracia y dones y de todos los merecimientos, y ninguna gracia criada hubo en Cristo que no estuviese con proporción en su Madre Purísima.
279. Y dice, que midió la ciudad con la caña por doce mil estadios. Esta medida de estadios y el número de doce mil con que fue medida María Purísima en su concepción, encierran altísimos Misterios. Estadios llamó el Evangelista a la medida perfecta con que se mide la alteza de santidad de los predestinados, según los dones de gracia y gloria que Dios en su mente y eterno decreto dispuso y ordenó comunicarles por medio de su Hijo Humanado, tasándolos y determinándolos por su infinita equidad y misericordia. Y con estos estadios se miden todos los escogidos y la alteza de sus virtudes y merecimientos por el mismo Señor. Infelicísimo aquel que no llegare a esta medida ni se ajustare con ella, cuando el Señor le midiere. El número de doce mil comprende todo el resto de los predestinados y electos, reducidos a las doce cabezas de estos millares, que son los Doce Apóstoles, Príncipes de la Iglesia católica, así como en el capítulo 7 del Apocalipsis (Ap., 7, 4-8) están reducidos a los doce tribus de Israel; porque todos los electos se habían de reducir a la doctrina que los Apóstoles del Cordero enseñaron, como arriba también dije sobre este capítulo (Cf. supra n. 274).
280. De todo esto se conoce la grandeza de esta Ciudad de Dios, María Santísima; porque si a los estadios materiales les damos 125 pasos por lo menos a cada uno, inmensa parecía una ciudad que tuviese doce mil estadios. Pues con la medida y estadios con que Dios 108 mide a los predestinados, fue medida María, Señora nuestra, y de la altura, longitud y latitud de todos juntos nada sobró; que a todos juntos igualó la que era Madre del mismo Dios y Reina y Señora de todos y en sola ella pudo caber más que en el resto de todo lo criado.
281. Y midió su muro ciento y cuarenta y cuatro codos con medida de hombre, que es de ángel. Esta medida del muro de la Ciudad de Dios no fue de la longitud, sino de la altura de los muros que tenía; porque si los estadios del cuadro de la ciudad eran doce mil en latitud y longitud igual por todas partes, era forzoso que el muro fuese algo mayor, y más por la superficie de afuera, para encerrar dentro de sí toda la ciudad; y la medida de ciento y cuarenta y cuatro codos, de cualquiera que fuesen, era corta para muros de tan extendida ciudad, pero muy proporcionada para la altura de estos muros y segura defensa de quien vivía en ella. Esta altura dice la seguridad que tuvieron en María Santísima todos los dones y gracias, así de santidad como de la dignidad, que puso en ella el Altísimo. Y para darlo a entender dice que la altura contenía 144 codos, que es número desigual y comprende tres muros, grande, mediano y pequeño, correspondiendo a las obras que hizo la Reina del Cielo en lo mayor, mediano y más pequeño. No porque en ella había cosa pequeña, sino porque las materias en que obraba eran diferentes y las obras también. Unas eran milagrosas y sobrenaturales, y otras morales de las virtudes, y de éstas unas eran interiores y otras exteriores; y a todas dio tanta plenitud de perfección, que ni por las grandes dejó las pequeñas de obligación, ni por éstas faltó a las superiores; pero todas las hizo en grado tan supremo de santidad y beneplácito del Señor, que fue a medida de su Hijo Santísimo así en los dones naturales como sobrenaturales. Y ésta fue la medida del hombre Dios, que fue el Ángel del Gran Consejo, superior a todos los hombres y los ángeles, a quienes con proporción 109 excedió la Madre con el Hijo. Prosigue el Evangelista y dice:
282. Y la fábrica de su muro era de piedra de jaspe. Los muros de la ciudad son los que primero se topan y se ofrecen a la vista de quien los mira; y la variedad de los visos y colores con sus sombras que contiene el jaspe, de cuya materia eran los muros de esta ciudad de Dios, María Santísima, dicen la humildad inefable con que estaban disimuladas y acompañadas todas las gracias y excelencias de esta gran Reina. Porque siendo digna Madre de su Criador, exenta de toda mácula de pecado e imperfección, se ofreció a la vista de los hombres como tributaria y con sombras de la común ley de los demás hijos de Adán, sujetándose a las leyes y penalidades de la vida común, como en sus lugares diré. Pero este muro de jaspe, que descubría estas sombras como en las demás mujeres, era en la apariencia y servía a la ciudad de inexpugnable defensa. Y la ciudad por dentro dice que era purísimo oro, semejante a un vidrio purísimo y limpísimo; porque ni en la formación de María santísima, ni después en su vida inocentísima nunca admitió mácula que oscureciese su cristalina pureza. Y como la mancha o lunar, aunque sea como un átomo, si cayese en el vidrio cuando se forma, nunca saldría de suerte que no se conociese la tacha y el haberla tenido y siempre sería defecto en su transparente claridad y pureza, así también si María purísima hubiera contraído, en su concepción la mácula y lunar de la culpa original, siempre se le conociera y la afeara siempre, y no pudiera ser vidrio purísimo y limpísimo. Ni tampoco fuera oro puro, pues tuviera su santidad y dones aquella liga del pecado original, que la bajara de quilates, pero fue oro y vidrio esta ciudad, porque fue purísima y semejante a la divinidad.
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